El ajedrez Stauton

En definitiva, Juan Guerra, el «hermanísimo», que a los cuarenta años se descubrió a sí mismo como un genio de los negocios, y que, a partir de una nómina del INEM de menos de treinta mil pesetas ha logrado ascender vertiginosamente por la escalera de ceros a la derecha, ha devenido en ser el Aarón de su hermano y, adorando al becerro de oro, ha puesto en peligro la misión colectiva. Iluminado por el foco principal del circo, su actuación sólo ha sido el primer número de un espectáculo, que se anticipa cargado de emoción, donde se anuncian encantadores de serpientes, domadores de leones, payasos con salero o mequetrefes sosos, ilusionistas, chisteras y conejos.


Pero, cuando redoblarán los tambores con todo su suspense será en el número estrella, ése en el que Alfonso Guerra, sólo desde el trapecio parlamentario, tendrá que dar el triple salto mortal sin red al que está comprometido precisamente hoy, dia 1 de Febrero. Aunque no hay que engañarse. Sevilla es una ciudad con tendencia inequívoca a contemplar el mundo de forma maniquea. Sus paisanos dividen la geografía universal entre Sevilla y todo lo demás. 

Los gacetilleros ya han puesto de manifiesto una vocación dualista que se explicita en la oposición Sevilla-Triana, Betis-Sevilla, Esperanza-Macarena, cortijo-ciudad, herejes y ortodoxos y un rosario sin fin de oposiciones en las que nada como un pez en el agua. Por eso, también es previsible que el vicepresidente, si se rompe el cuello -no es Pinito del Oro-, promueva una reacción indefinida que le convierta en mártir. Y su nombre, desde los santorales, suscite una hermandad que pasee su icono maltratado y bajo palio en un paso dorado por el azahar eterno de Sevilla.

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