Las piezas del ajedrez, consejillos

La casa parisina de Fernando Arrabal es un laberinto de recuerdos surrealistas. Lleva treinta años en Francia pero es la primera casa que compra. Va a dejar de ser nómada. La poesía y el teatro viven junto al ajedrez dentro de su cuerpo pequeño y de su mente surrealista. Acaba de estrenar en España su nueva obra con un título que parece sacado de un volumen de teatro de Jardiel Poncela o de Miguel Mihura: Róbame un billoncito. También estrena novela, con un título todavía más sugestivo: La extravagante cruzada de un castrado enamorado. Teatro bufo y novela bufa, dice Arrabal; «son absolutamente cómicas las dos, la obra y la novela.


La novela me ha costado mucho escribirla porque es un chiste detrás de otro». Lo que pasa es que cada vez le cuesta más escribir (reconocido por él). Sus proyectos son los de siempre: poetizar y teatralizar. Pero ahora es el ajedrez lo que le tiene revolucionado. El autor de La torre herida por el rayo graba estos días un programa para la segunda cadena de la televisión francesa sobre la vida y milagros de un chaval de 16 años que es campeón del mundo junior de ajedrez.

Lauthier, un niño prodigio, un coeficiente de inteligencia disparado, «el típico genio francés, como Ionesco, o como Kundera», porque para Arrabal ellos son franceses. Nacido en Canadá de madre japonesa y padre francés, Joelle fue presentado por Arrabal en la crónica de ajedrez que escribe en el semanario L Express. Arrabal introdujo al joven prodigio en su ambiente: partidas de poker y tertulias con Kundera o con Topor, que sonreían cuando Joelle decía que no sabía quien era Dostoyevski o Beckett. «He jugado con él y tengo tantas posibilidades de ganarle como de ganarle a Mike Tyson en un ring». Con su artículo, Fernando Arrabal consiguió que un empresario francés amante del ajedrez subvencionase los futuros viajes del joven campeón. 

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