El cine no es la vida

Es un vasco con la risa a punto. La cara de cartabón. El rostro de ángulos fuertes. La mandíbula pretoriana. La cabeza con algo de diseño siderúrgico. Recuerda su testa a la de Chillida. Por la rotundidad. Por esa condición de piedra bien labrada. Es de esos hombres que tienen en el rostro el engranaje limpio de sus acciones.

Habla con un entusiasmo moderado de todo lo que habla. Con esa pasión de los convencidos que no dan importancia a su entusiasmo. Si le dices lo que es, uno de los mejores directores de fotografía del cine, suelta una carcajada tras la que se esconde hasta que el halago escampa. Y entonces explica lo suyo, su oficio, sus obsesiones, encendido de mansedumbre con un timbre de confesión, con una música de agua de arrayán. Se detiene por un rato en los maestros de la pintura. Lanza después una soflama de modales exquisitos contra la escasez de solidaridad... O se descuelga con la entonación de un texto sobre Sorolla escrito a 12.000 pies de altura, en el trayecto entre Londres/Los Ángeles... Todo esto lo delata como uno de esos hombres que se esfuerza en comprender.

Hace tres o cuatro años decidió instalarse por temporadas en EEUU. «Aquí puedo hacer, al menos, dos películas por año. En España no tengo esa posibilidad. Me han aceptado sin problemas. Pero Hollywood no es un sitio fácil.

Te obliga a empezar de cero, con humildad», explica. Javier Aguirresarobe está en Los Ángeles. Allí ultima un nuevo rodaje. Del otro lado de la pantalla del ordenador le ves moverse hacia delante y hacia atrás. Habla meciéndose, como un barbudo de madrasa. Su primera película fue ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, en 1978. Y levantó el vuelo. Después llegaron trabajos con Almodóvar (Hable con ella), Trueba (La niña de tus ojos), Víctor Erice (El sol del membrillo), Amenábar (Los otros, Mar adentro...), Montxo Armendáriz, Imanol Uribe, Milos Forman (Los fantasmas de Goya), Woody Allen (Vicky, Cristina, Barcelona), John Hillcoat (La carretera)... Siempre con un único demonio dentro: entender la luz. Con la edad sabe que una luz gana mucho cuando le sumas las sombras correspondientes. La vida tal cual. 

- ¿Y esa fascinación? 

- Desde pequeño. Aunque al cine me dediqué de una manera quizá accidental. Mi hermano mayor, que tiene 10 años más que yo, de joven fue fotógrafo. A los 9 o 10 años comenzó explicarme los rudimentos de la profesión y comencé a familiarizarme con cámaras, lentes, fotómetros y demás... Eso me gustaba. Eso y las películas que veía en el Cine Coliseo de mi pueblo. Poco a poco fui enganchándome y llegó la hora de elegir algo que hacer. En principio, opté por ser óptico, porque mi hermano me iba a pagar los estudios... 

- ¿Y qué pasó? 

- Pues que tuve la suerte de venir a Madrid... Y claro, en Madrid había de todo... Me matriculé en Óptica, saqué la diplomatura, pero después empecé Periodismo y luego me fui a la Escuela de Cine. Ahí es cuando tomé la decisión de hacer películas... 

- ¿Cómo fue el inicio? 

- Duro. No tenía amigos ni familia vinculada a esto. Estaba solo. Lo intenté en Madrid, pero sin suerte. Me tiré siete años sobreviviendo con distintos trabajos: fotógrafo, colaborador de revistas especializadas, en un laboratorio... Y opté por volver a San Sebastián. Allá monté una cooperativa y empezamos a funcionar con cosas de publicidad, cortometrajes, lo que salía... Hasta que me llamó Colomo para ¿Qué hace una chica como tú...? y regresé a Madrid. Me dio mi primera oportunidad. Y eso no lo olvido. 

- ¿Qué es la luz? 

- La vida. Aquello con lo que uno es capaz de crear espacios, de abrir mundos. La luz pone muchos retos a quien la quiere mirar. 

Javier Aguirresarobe sigue balanceándose frente a la pantalla del ordenador, como si memorizara lo que dice, como si recitara lo que piensa. Es un vasco de Eibar, del 1 de enero de 1948. Hace frases que llegan al otro con esa caída blanda del gorrión en las aceras. Informa del mal día que amaneció hoy en Los Ángeles. Una luz hermética, como ala de urraca, lo cubre todo. Frío y lluvia. Pero esta mañana, paseando, ha alucinado con un momento en que el sol salió por entre dos nubes y a su paso fue definiendo a unas criaturas rubias en la acera. Aguirresarobe es feliz así: cazando instantes con algo de inocencia preternatural. 
- Nosotros, los directores de fotografía, somos como dioses. 

- No está mal... 

- Es que llegamos al plató, que es un lugar oscuro, sin alma, y con un juego de luces vamos levantando los universos que nos convienen. Nosotros buscamos con el artificio acercarnos un poco a la verdad. La luz es otra forma de oxígeno. Yo estoy siempre observado sus momentos.

Dicho así dan ganas de encargarle un escenario para los próximos 20 años, hasta que el desastre de ahí afuera se disipe. 

- ¿Y el sol? 

- El sol es muchas veces mi enemigo. 

- Eso no lo esperaba. 

- Es que a mí no me gusta la luminosidad directa del sol. Tiene momentos muy agresivos... Aunque hay una película extraordinaria, El árbol de la vida, de Terrence Malick, que está rodada íntegramente con luz natural y resulta prodigiosa. El artífice de esa luz es Emmanuel Lubezki, alias El Chivo, que este año opta al Oscar. Esa obra es de una belleza inconcebible, siempre al límite. Estarás de acuerdo conmigo. 
- Dices que en los maestros de la pintura está todo... 

- Ellos son la clave. Nos han enseñado composición e iluminación. Y no sólo Velázquez. Pienso también en Ribera (La Piedad, que conserva el Thyssen), en Goya... Ahora estoy preparando una película de atmósfera mediterránea y al director le he hablado de la importancia de Sorolla para esta aventura. La historia del arte es un generador de energía, son las fuentes de mi gramática. 
- ¿Y el cine te deja ver la realidad? 

- Estoy informado, claro. Leo los periódicos... Y es curioso, cuando uno está lejos de casa como que siente más las cosas que suceden allá. Es muy desalentador el panorama. Me sobrecoge. Los valores están adulterados. Las ideologías se contradicen. Los imperios se resquebrajan... Aunque es cierto que en el mundo del cine se vive a veces en una burbuja donde no se percibe bien lo que sucede alrededor, lo que pasa en la vida. 

Es fácil imaginar que Javier Aguirresarobe acumula por dentro 1.000 saberes, pero él no alardea. No es de aquellos que se adornan de excentricidad para estar a la altura de sí mismos. Al revés. Habla de su aventura en EEUU con la sencillez del que se busca la vida. Otros bobos, por menos, llegan a su pueblo diciendo que tienen América a sus pies (donde en verdad no hay lugar para nadie) mientras posan con cara de alcohólico neoyorquino en el capó de la arrogancia. 

- ¿Sabes? Tengo la sensación de empezar de nuevo. Y eso ilusiona y da energía. Limpia la mirada. Quita vicios adquiridos. Aquí no puedes vivir de las rentas. Tu prestigio se renueva a cada trabajo. Cuando uno explora caminos nuevos a cierta edad está obligado a ser más humilde, más cauto. La autocrítica es superior; la autoexigencia, increíble... Hollywood es una palabra engañosa. Nunca te permite sentirte seguro. 
Javier Aguirresarobe ha dejado de balancearse sobre el Corán de la pantalla. En el cristal de las gafas le rebota el brillo del ordenador y es como si habláramos de película a película. Allá, en Los Ángeles, es casi noche abierta. Aquí, de amanecida, hay una luz de bala caldeada. Muy ceñida a las noticias que escupe la radio del salón.

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