El reino de Suárez no es de este mundo

Parece que no, pero muchos le empiezan a perdonar sus recientes devaneos con la derechaderecha para hacerse con el poder en algunos municipios y autonomías. Y se lo perdonan porque, como titula Ignacio Carrión en su artículo de El País, «Su reino no es de este mundo», y no siéndolo, es difícil aplicarle los baremos terrestres convencionales. Hablamos de Adolfo Suárez, claro. Su reino no es, en efecto, de este mundo, y menos sus travesías del desierto, su alimentación a base de una tortilla de un sólo huevo, y la vena lírica que le sale cuando habla de su tema favorito, las FF.AA., que es como se llama ahora al Ejército. Ignacio Carrión hace un recorrido por la personalidad de éste líder alienígena, seductor y entrañable, y expurga algunas de sus frases más recientes, siendo aquellas referidas a los caballeros de Marte las más inspiradas: «Si tenemos un follón con Marruecos, los moros nos llevarán a gorrazos hasta los Pirineos». ¿Exagera? «Sí, un poco exagero, pero cuando yo era jefe de Gobierno, nuestra capacidad de fuego sólo era de 24 horas».

Asumida al fin una ideología concreta, la de fustigar con sus sornas al estamento guerrero, Suárez disfruta hablando del «terror» que experimentan los mozos ante la perspectivas de la mili, pero es que, según él, los españoles son almas pacíficas a pesar de sus truculentos anrecedentes: «Parecemos agresivos y no lo somos. Hemos soportado, como pueblo, muchos siglos de opresión política, militar y religiosa.

Y los españoles desean encontrarse a sí mismos, por mucho entrenamiento que nos falte. Para eso hace falta la tolerancia, el respeto, la calma». Cosas que, sin duda, no pertenecen a este mundo, pero que el tigre de Cebreros incorpora al paquete de ofertas de su programa político. Más de este mundo, por suerte y por desgracia, es el arquitecto Sainz de Oiza, al que Silvia Castillo entrevista en D-16. Oiza, autor de interesantes mamotretos arquitectónicos como los madrileños edificios de Torres Blancas y del BBV (un pintoresco inmueble de hierro que se oxida él solo), se deja llevar a veces por lo monstruoso, como Gurruchaga, pero con fatales consecuencias para inquilinos, transeuntes y ciudadanos en general. Ahora, sin ir más lejos, están a punto de concluirse la obras de «La cárcel del pueblo», una especie de «Singsing» descomunal que alojará, es un decir, a los pobres ciudadanos procedentes del «Pozo del Huevo».

Hay mucho trecho, y así lo reconoce Sainz de Oiza al referirse a su espeluznante obra a orillas de la M-30: «Lo que está bien del edificio es el concepto... Pero no es bonito». Conceptos que estan bien pero que no son bonitos sólo pueden ocurrírsele a un arquitecto genial, peligroso pero genial, aunque Oiza dice que no: «Yo sé que soy un mal arquitecto», aunque el método que ha seguido para darse cuenta es bastante curioso: «Una prueba de que soy un mal arquitecto es que los malos artistas conducen mal y yo al volante no soy muy bueno». Pero, ¿sólo es malo por conducir mal? No, «soy malo porque estoy demasiado volcado en la arquitectura y socialmente repugnante porque debería ser más abierto». Vaya por dios. Y es que su problema es un verdadero problemón: «Es que creo que el mundo está por construir, el futuro no está tenninado. Por esto se podría decir que mi arquitectura es como un grito, o una protesta». Sainz de Oiza, que piensa que la Torre Picasso, el edificio más alto de Madrid, es «provinciano, igual a cualquier otro de segunda fila en EE.UU.», cree que «en un futuro próximo la vida social estará en el campo. Con el automóvil la ciudad no tiene por qué concentrarse en un punto. 

Esta es una de las conquistas que al hombre le brinda la carretera». Por último, y a la pregunta de cuál es su ilusión más inmediata, responde de una manera en verdad conmovedaora: «Hacer el próximo edificio. En este momento envidio a los yeseros y a los albañiles» ¿Nombre para el mamotreto de la M-30? Nada del que ya le ha puesto la gente. «La cárcel del pueblo»: «Por ejemplo el de un jóven que dio su vida en un gesto heroico para defender a una chica en la calle. Quizá "el hermoso ciudadano"». Está visto que este hombre está, efectivamente demasiado volcado en la arquitectura, en el concepto.

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