La zanja asesina

La exposición de instrumentos de tortura recién inaugurada en Aranjuez es incompleta: falta, como mínimo, esa canción de la sangre española y la caracola. Ahora bien; en Aranjuez se exhiben sólo los artefactos de mortificación ideados, y aplicados, hasta el siglo XIX, y del mismo modo que no está el casete de la sangre española y la caracola, tampoco hay vídeos de las tertulias de Hermida y compañía, ni del Perdóname de María Teresa, ni holografías sonoras de Matanzo, Moncho Borrajo o Jordi Lp. No son tan terribles los fondos de esa exposición, después de todo.

Los instrumentos de tortura contemporáneos, caso de que la sangre española, la caracola y Jordi Lp sean contemporáneos nuestros o de alguien, no están presentes en la muestra de lo más chungo del ser humano, esto es, su afición por maltratar al prójimo, pero como dentro de unos años es probable que se organice otra exposición de lo mismo que sí contenga las máquinas de torturar del siglo XX, no estaría de más ir coleccionando algunas, y en esto Madrid, tan sobrada de ellas, puede dar una lección al mundo de conservación del patrimonio.

Así, por ejemplo, se podrían separar ya, a fin de tenerlos catalogados y en buenas condiciones de exhibición, algunos perros y algunos amos de perros, representativos de esa madrileña manera de torturar al prójimo obligándole a pisar, constantemente, choliguillas. 

El último estudio comparativo de guarrería en diferentes ciudades europeas no era justo con Madrid: mentía atribuyéndole una cierta mejora en su limpieza. La mugre, y principalmente el ruido, que es la porquería de la convivencia, representa el peor, por más cotidiano, instrumento de tortura, y seguro que las generaciones venideras, si es que vienen, se estremecerían contemplando las vitrinas de esa futura exposición de martirios.

Una de ellas, al menos una, estaría dedicada, segurísimo, a Madrid, y en sus baldas de cristal se mostrarían, en vivo o en maqueta, las cosas que nos hacen la vida tan espantosamente aciaga: pinchos de tortilla con caspa que se utilizaban contra los clientes en el bar tal; filete medio de hígado, medio de clembuterol, que se suministraba a los niños; zanja asesina para ancianos estratégicamente situada en la calle X; alarma de coche o de comercio con que se impedía descansar y dormir a las víctimas en un radio de quinientos metros; paso-trampa de cebra para transeúntes confiados...

Lo peor del hombre hasta el siglo XIX se exhibe en Aranjuez, pero lo peor del urbanita actual se expondrá, dentro de unos años, vaya usted a saber dónde. Pero allí, en esa monografía del terror, deslumbrará nuestra vitrina, y también, para espanto de los siglos futuros, lo de la caracola.

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