Un Hamlet actual

La morbosa polémica sobre el «respeto a los clásicos» que podría haber desatado este Hamlet del CDN ha quedado zanjada. Es difícil imaginar una versión que pueda asumir más licencias, riesgos y «traiciones». Sin embargo, ninguna de ellas es caprichosa: surgen de una audaz, pero rigurosa, investigación sobre las posibilidades que ofrece el texto de Shakespeare. Es el Hamlet de Plaza, Gómez y Molina Foix: actual, bello y vigoroso.

Uno, leyendo la historia de este joven atormentado, centro de una tragedia de regicidios, incestos, amores imposibles y venganzas que le conducen a un desvarío entre fingido y real, puede imaginarse muchos Hamlets. José Luis Gómez hace el que mejor se adapta a su físico y a sus condiciones de actor. Gómez se vale, sobre todo, de la voz. Una voz que, casi sin excesos de ningún tipo, viaja del tono pusilánime -quizá en exceso- del principio del espectáculo, a la cavernosa sonoridad de la sombra fantasma, al aire ligero y agudo de las escenas de transición y al registro firme y vigoroso del final. Molina Foix ha elaborado una versión fluída, casi musical, que tiene momentos de gran belleza y, sobre todo, que partiendo rigurosamente del original de Shakespeare, jamás suena a museo. Una versión plagada de neologismos y palabras modernas, pero que no hace ni un chirrido (aunque ese «ser o no ser, esa es la opción» traerá cola...). En esto, como en otros aspectos del montaje, José Carlos Plaza parece haber apostado por un tratamiento que parece más cercano a la ópera que al teatro hablado.

A este aire operístico contribuye notablemente la escenografía de Gerardo Vera, que parece estar compuesta por elementos del propio edificio teatral: planchas de travesaños de madera y muros metálicos dan lugar a un escenario enormemente alto y lúgubre -«Dinamarca es una cárcel», dice Hamlet. Así, Plaza construye un espectáculo coral, tenso y apasionado. Un Hamlet que «suena» moderno. Es, desde luego, el de William Shakespeare. Pero también, sin duda, es el suyo.

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