El perfume de las mujeres

Pronto se hizo de noche. Débiles candiles dispersaban las sombras.
En el interior, la fiesta continuaba a la luz de las lámparas.
Las mujeres le quitaron sus alhajas a Sara y la desvistieron. Ella se
tendió sobre la estera, la cabeza, sobre un cojín; el cuerpo, protegido por
un cobertor. Sus acompañantes, entre fuertes cuchicheos y risas
sofocadas, también se acostaron.

Pasó la mañana siguiente en el interior de la casa, junto a sus
acompañantes. Afuera, seguían los juegos y danzas.

Hacia el mediodía, tomó una colación ligera. Después, las mujeres la volvieron a perfumar, la
vistieron con telas adornadas con bordados en hilo de oro, le esparcieron
el cabello sobre los hombros, la adornaron con alhajas y volvieron a
ponerle sobre la cabeza, ceñida con la diadema, el velo nupcial. El día terminaba.

Condujeron a Sara fuera de la casa, hasta el jupa donde Natán y Uriel,
el joven hermano de Dan, Rubén y Jamai, los dos hermanos mayores de
Sara, aguardaban en sus lugares a la luz de las lámparas. El bullicio dejó
lugar a un silencio solemne.

Sara oyó cómo Dan se le acercaba, cómo se detenía frente a ella. Su
presencia, de la que aún no participaba contacto físico alguno, le parecía
aun más intensa que si la tocara.

Él le alzó el velo con delicadeza. Para la ocasión, se había revestido de una túnica inconsútil de lino,
tejida de arriba abajo en una única pieza y ceñida por una larga faja
bordada. Esta vestidura le daba una extraña nobleza, que incluso hacía
olvidar lo modesto de su talla y su apariencia frágil.

Comentarios

  1. Hola,

    Somos Cupones Mágicos y nos gustaría contactar con Uds. para proponerles algo.

    Si quieren saber más pueden escribirnos a comunicacion@cuponesmagicos.com

    Saludos,

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