El río de Heráclito es una lata

Todo cambia, nada permanece», sentenció el viejo Heráclito. Y lo ilustró: «Nadie se baña dos veces en el mismo río». En realidad, sólo tenía razón en un cierto sentido; en términos generales, se equivocaba. ¿Nadie se baña dos veces en el mismo río? Falso: sin ir más lejos, yo mismo me he bañado varias veces en el Tajo.

La capacidad de repetirse que tienen los sucesos y las circunstancias constituye, precisamente, la base del aprendizaje humano. Para enmendar los yerros resulta obligatorio toparse varias veces con el mismo problema. Es más: desde el punto de vista del aprendizaje -y, en último término, de la Ciencialo que interesa es lo que tienen de igual las condiciones; no sus diferencias. La repetición de cosas y circunstancias es también un factor imprescindible para la estabilidad moral de cada quisque.

Uno necesita estar rodeado de objetos -y también, en parte, de personas- reconocibles. Si no, sería un mareo. Se ha dicho casi de todo en relación al derrumbamiento de los regímenes llamados -tiene su gracia- «de socialismo real». Por mi parte, confesaré que siento ante el fenómeno una considerable desazón. No porque me gustaran esos regímenes (que no), sino porque constituían una parte de los signos reconocibles -y, en consecuencia, reconfortantes- de nuestro mundo.

El Muro, el Politburó, los aparatchniki, la Nomenklatura... Es todo un enorme tinglado el que se está desvaneciendo y, con él, una parte de lo que ha constituido durante décadas el universo de referencia para toda una generación. Si los pueblos de Europa del Este quieren pasarse al reino de la Coca Cola y la hamburguesa, están en su perfecto derecho. Pero que sepan que, dedicándose a dar argumentos post mortem a Heráclito, nos han hecho la cusqui a unos cuantos.

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