Un teatro de marionetas

El alcalde Agustín Rodríguez Sahagún inauguraba el sábado, en el parque madrileño del Retiro, el teatro de títeres que tantos sudores y esfuerzos le ha costado a su director, que hasta tuvo que amenazar con el suidicio para que no saliera el puesto y su futuro a pública subasta. Europa lo ha tenido más fácil. Subastada tras la II Guerra Mundial ha visto cómo su dueño tiraba de los hilos para recordarle su exacta condición de marioneta en la esfera internacional. El carpintero Gepeto fue más generoso que George Bush: otorgó a su muñeco vida propia, le liberó de la esclavitud y fijeza de las cuerdas y le permitió recorrer mundo, tomar decisiones propias, equivocarse y hasta mentir.

Nuestro Pinocho de los cuentos, la marioneta universal por excelencia sólo veía aumentar su nariz en las pequeñas travesuras que silenciaba a su «padre» adoptivo. Los modernos Pinochos europeos mienten a los que les han dado la «vida», los ciudadanos de los respectivos países, sin que le aumente de tamaño su seco, gastado y moralmente fuera de uso cívico, apéndice nasal, ni sean contemplados con burla y mofa por parte de los espectadores del guiñol. La guerra del Golfo está permitiendo que el mundo occidental consuma, otra vez, el reparto del mundo según sus intereses.

La paz no fue posible por un tirano tercermundista, cuyo ejército más parece sacado del siglo XIX que del fantasmagórico y tecnificado siglo XXI; pero también por unos «tiranos» demócratas que han renunciado a su condición de políticos, a su profesión de políticos para contentarse con la de portavoces del horror. Europa es ya un enorme teatro de marionetas en el que los respectivos jefes de Gobierno se mueven al unísono y de la forma y manera que desee la larga mano que los controla.

Singularmente patética es la aparición de los líderes socialistas de España y Francia, que pasan de un día a otro de apoyar la paz según Gorbachov a declararse leales siervos de la guerra según Bush. Tanto Felipe González como François Mitterrand han tenido que volver a «escena» para declamar ante sus conciudadanos que eran y son fieles al único imperio. Con la misma facilidad que se han mandado millones de bombas sobre Irak y Kuwait, se mandarán dentro de unas semanas millones de dólares sobre ambos países para reconstruir todo lo que previamente se ha destruido. Habrá llamadas a la solidaridad mundial para curar a los heridos de la misma forma que se ha llamado a la solidaridad occidental para producirlos. La voz europea se ha apagado al mismo tiempo que la de la ONU.

Si triste es el caso de Mitterrand, no menos lo es el del hispano Pérez de Cuéllar. El político francés tuvo veleidades de Charles De Gaulle y el secretario general de las Naciones Unidas intentó timidamente emular a Dag Hammarshjold, uno de sus antecesores en el cargo al cual la apisonadora de la interesada descolonización de Africa le pasó por encima. En el nuevo orden mundial el Tercer Mundo debe aprender a «estar en su sitio» y no querer tener una voz propia en el concierto internacional.

Las líneas de actuación están claramente marcadas y habrá que esperar al declive del imperio para recuperar la dignidad en todos y cada uno de esos países sometidos a los intereses de Occidente. Durante años vamos a tener que soportar el odio y el recelo que despiertan miles de muertos. González podía haber sido más discreto y, puesto que no «podía» ni «quería» informar puntualmente de lo que estaba sucediendo, haberse mantenido en la silenciosa actitud del Rey Juan Carlos, más acorde con las opiniones y deseos mayoritarios de paz de los españoles. Si nuestro jefe de Gobierno quería imitar a su homólogo británico, John Major, tenía que haberlo hecho en todos los planos y con todas las consecuencias. No se puede esconder las garras de halcón bajo el plumaje de paloma mucho tiempo.

Poco vamos a obtener los españoles de este conflicto. Prácticamente lo mismo que hubiéramos obtenido con una posición más neutral y menos beligerante, y si no, al tiempo. Casi todo está ya repartido y serán las grandes empresas multinacionales norteamericanas, las que se queden con la parte del león. Y los principales despojos también tienen dueños: británicos y franceses. Si la tradicional neutralidad española costó cara, nuestro reciente belicismo va a costarnos bastante más.

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