Business para todos los públicos

Ninguna duda. Rock in Rio es un festival distinto. Como mínimo. La antítesis de Benicàssim o del Primavera Sound, donde la música es lo que más importa. ¿Lo es también en Rock in Rio, una especie de parque temático con noria y lanzadera incluidas? He aquí algunas claves sobre esta singular cita.

¿Por qué se llama Rock in Rio un festival que hace años que no se celebra en Río de Janeiro, sino en Lisboa y Madrid?

Porque el megalómano director de Rock in Rio, Roberto Medina, todo un businessman de largo recorrido, se lanzó a rentabilizar como una marca multinacional una cita que en Brasil fue perdiendo eco tras su tercera edición. Ciertamente, las imágenes de una avalancha de público viendo a Queen, AC/DC o Scorpions en la playa de Copacabana en 1985 dieron la vuelta al mundo, pero en Europa su modelo no es en absoluto tan masivo. Y aquella dimensión épica y legendaria ha desaparecido por completo.

¿Por qué el festival ha pasado de congregar a 1.300.000 personas en su primera edición en Río de Janeiro a 41.000 hace 15 días en Lisboa, 47.000 en Madrid el viernes y sólo 36.000 ayer?

La tradición de festivales en Europa es mucho mayor que en Brasil (y aún más en Reino Unido, un mercado donde no es casualidad que Roberto Medina ni se plantee penetrar). En 2008, el acierto de contratar a la siempre espectacular Amy Winehouse tiró de las cifras de asistencia tanto en Lisboa como en Madrid. Pero el edulcoramiento de Leona Lewis y Elton John pinchó en Lisboa hace 15 días con 41.000 almas, Bon Jovi congregó a 47.000 en Madrid el viernes y Miley Cyrus sólo a 36.000 ayer, tratándose de recintos con el doble de capacidad, como sí se demostró con Shakira y Rihanna el sábado. Pretender captar a todos los públicos no garantiza lograrlo. Y menos en plena crisis.

¿Llegó su expansión al sur de Europa después de sus problemas financieros en Brasil?

Roberto Medina se endeudó porque no había infraestructura en Brasil para garantizar los servicios del Rock in Rio original. De hecho, hubo que construir hasta alcantarillados subterráneos para bombear los dos millones de litros de bebidas que se consumieron sólo en la primera edición. Sus problemas económicos se agudizaron cuando fue secuestrado y llevado a una favela después de la segunda edición, en 1991. Pero fue tras la tercera cuando las cuentas ya no cuadraban y el salto al sur de Europa se convirtió en su tabla de salvación, lluvia de patrocinadores mediante. En Portugal aprovechó el boom fraguado por la Eurocopa de 2004.

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