La moqueta de Cibeles tiene ácaros

El glamour cansa. Mucho. No lo sabéis cuánto. Como que ayer mismo, estos ojitos que se han de comer la tierra -que el espíritu torero de Montesinos me entró por el mismo sitio que dejó ver la grandiosa Helena Barquilla verbigracia a sus bragas fucsias- vieron, y prosigo, cómo una modelo salía despavorida, llorosa y cabreada como un mico del vestuario de Modesto Lomba.

Pues eso que glamour la cansó, la agotó, la arrolló e incluso infligió dolor. Aunque, para dolor, el de Clara Courel con sus Loubotin de 18 centímetros, que no había lugar donde se descalzara y no se masajeara su piececito desnudo… Y, luego, claro, a ver quién era la guapa que se comía unas patatas fritas de su plato de plástico, que ella ofrecía dadivosa ante nuestras caritas de «¿hidratos a mí?» cuando teníamos más hambre que los pavos de Manolo.

Que la moqueta de Cibeles tiene ácaros. Nadie habla del olor corporal de la Courel. Y tampoco es una crítica a IFEMA, es algo consustancial a las moquetas. Como los vestidos de noche a Hannibal Laguna, que para él la mañana, la tarde y la fiesta es todo un frenesí en raso. Así, después te encuentras con que la gente pierde la cabeza y se pone una trenza rubia en su defecto. Aída Romero, por ejemplo. ¿Que quién Aida Romero? Una íntima de la abuela de Elena Tablada que se sentó con la interfecta, igualita igualita que Ana Obregón Mater, en el front row del valenciano folk, y que es vidente y que fue capaz de robar el protagonismo a Paola Dominguín.

Sólo María Pineda le cercenó unos segundos de éxito. Porque iba de rojo y rasga. «Mira, Manolo, el de Tita». Y era Manolo Segura. Es que no sé a dónde me llevaba la crónica y he decidido epatar. Una voz maravillosa me puso al corriente del individuo y me lo señaló con sus también maravillosas uñas nude. Era el supuesto amor de la Baronesa. Y no me extraña que lo amara… Fue en Torretta, antes de que me quedara seca ante la noticia de que en Cibeles no sirven leche desnatada.

«¿Que me tengo que tomar una nube de leche entera en mi café doble torrefacto cuando si te pasas de la talla 38 entre estos muros eres orca la ballena asesina?». Así se lo solté a la camarera y así se lo expliqué a Lomana que, fijaos si el glamour cansa, ¡¡ya no se cambia para cada desfile!!! Llevó el mismo Marc Jacobs de lentejuelas y los mismos Prada multicolor en tres desfiles. La vida, así, no merece vivirla.

O por lo menos, en las españas, que puedes irte al extranjero y hablar americano como la que nunca se ha comido un cocidito madrileño en la calle Embajadores. Como Elsa Tataky, perdón Pataky, que habla en americano, de su marido, graciosísima, y se bebe las Heineken con trenza craneal rollo Irina Timochenko. Así me lo han contado y hablo de oídas que me encanta.

Que las cosas que sé por mí misma las guardo para mí. Cosas como que Antonia San Juan me invita al teatro a Barcelona; que Toni Acosta, en Madrid; que Nieves Álvarez ha estado todas la vacas en Italia, primero en Cerdeña y luego en Umbría, que David Meca comió plátanos como un loco en Tagomago, que Natalia Figueroa es una señora… Cosas que guardo para mi privacidad, porque el mundanal ruido, niñas, también cansa.

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