Jessica Lange se destapa

Jessica Lange y Jack Nicholson sobre una mesa llena de hogazas de pan mientras un cartero llamaba dos veces, Kathleen Turner y William Hurt con fuego en el cuerpo y en una bañera sin espuma, Melanie Griffith sin ropa en cualquier fotograma de La noche se mueve, Susan Sarandon exprimiendo limones sobre su torso frente a la ventana de un hipnotizado Burt Lancaster residente en Atlantic City, Kim Basinger y ciertos jugos naturales sobre diversas zonas de su cuerpo a lo largo de nueve semanas y media...

Hace dos décadas largas, el cine norteamericano creó secuencias intensamente sexys que han quedado grabadas en las retinas de los espectadores. Pero más de 20 años después, la posibilidad de rodar escenas eróticas con actrices consagradas y maduras parecía -tras los áridos y pacatos años 80 y 90- un capítulo cerrado de la historia del cine.

Pero, el siglo cinematográfico se despide con excelentes noticias. El erotismo en la pantalla regresa y en el siglo XXI se promete mucho más. Sus dos primeras abanderadas -después de Sharon Stone (41 años) y Kristin Scott-Thomas (39 años)- son dos actrices maduras: la norteamericana René Russo y la vallisoletana Concha Velasco.

Ambas, a bordo de El secreto de Thomas Crown y París-Tombuctú, se desprenden con alegría de ropa y prejuicios frente a Pierce Brosnan y Michel Piccoli.

Russo y Velasco (45 y 59 años) son lo mejor de dos películas que retoman el agradable aroma de la añorada década de los 70, los últimos retoces filmados sin la amenaza del sida.

¿Por qué regresa el erotismo cinematográfico en el umbral del tercer milenio? El director de la Mostra veneciana, Alberto Barbera, apunta una reflexión: «El actual fermento erótico en el cine es un claro signo de este tiempo. Los años 70 supusieron la liberación sexual; los 80, el miedo al sida; y ahora, al final del milenio, se indaga desde una perspectiva secreta y velada, las fantasías y las pasiones inconfesables».

Sin ir más lejos, hay mucho de eso en «la película de la década»: Eyes Wide Shut, el póstumo Kubrick, aunque por una razón: pese a los incontables integrales y el bravísimo desnudo físico y psicológico de Nicole Kidman, se trata de la obra final de un cineasta sexagenario fiel a un relato freudiano del siglo XIX, anclada visualmente en una estética anticuada perteneciente a los años 60.

Sin embargo, hay poco de fantasía velada y mucho de pasiones confesadas en París-Tombuctú, la última película de Luis García Berlanga, que comparece no sólo como testamento cinematográfico de un libérrimo cineasta de 78 años, sino como la película más furiosa, radical y explícita del último cine español, la estruendosa traca final de una falla valenciana.

Un manifiesto tan libertario no hubiera sido posible sin la complicidad de viejos amigos y actores. Como la de Concha Velasco, una actriz que el 29 de noviembre cumplirá oficialmente 60 años, y cuyo trabajo en el filme, como una hija ilegítima del torero Manolete, es una demostración explícita de que la belleza y la veteranía son la espléndida expresión de una actriz.

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