Las presiones a Franco por parte de Juan Carlos

En eso tenía parte de razón Carlos Arias. Quizás porque le tocó respirar como alcalde los primeros aires procedentes del Guadarrama y que ya traían el oxígeno de una democracia presentida. Un día los taxistas arrojaron todas sus gorras a la fuente de Cibeles, porque el alcalde les obligaba a ir tocados y ellos bastante tocados estaban por el peso de muchas horas al volante. En otra ocasión fueron los periodistas los que le pusieron contra las cuerdas cuando comprobaron que calle Alcalá arriba, tras la puerta que había mandado levantar el rey Carlos -el mejor alcalde de la Villa- se elevaba como un clamor al desatino, al cemento de una torre de Valencia consentida por otro alcalde, también llamado Carlos, pera menos acertado con la ciudad.

A Carlos Arias Navarro las críticas no le caían ni bien ni mal, simplemente aparentaba ignorarlas, pero en el fondo le importaban bastante. Un día comentó a un amigo: «En España, como los periodistas no pueden meterse con casi nadie, siempre la toman con el alcalde. La figura del alcalde es como el pin-pan-pun de la feria». 

Cuando en el año 1965 Arias Navarro es investido alcalde por voluntad gubernativa en sustitución del Conde de Mayalde, el regidor que hizo historia al ser el que más tiempo permaneció en el sillón de la alcaldía, Madrid era una ciudad acosada por el fenómeno de la emigración y por las necesidades desarrollistas en el plano urbanístico. Madrid empieza a dejar de ser el paraíso prometido, porque ha pasado a ser escenario infernal en crecimiento demográfico y de problemas. José Banús, los Hermanos Santos y José de la Quintana (Urbis) ya se habían encargado por esas fechas de hacer bueno un dicho al uso: «En el Madrid de aluvión, viva la especulación». El barrio del Pilar, Vallecas y Moratalaz eran el testimonio más sobrecogedor de cómo se puede conseguir suelo barato, expropiado con fines sociales, para alimentar el mercado especulativo inmobiliario. 

A Carlos Arias Navarro se le vino encina el primer envite serio de la conflictividad circulatoria e intentó darle carpetazo con la política de pasos a distinto nivel, especiamente de pasos elevados. No importaba la estética de la ciudad, importaba solucionar el problema del tráfico a costa de lo que fuera. Y sobre la glorieta de Atocha, donde un día hubo campos de esparto y más tarde una fuente llamada de La Alcachofa, levantó Arias una corona de cemento a la que se llamó «scalextric» y que Tierno arrancaría algunas décadas después. Frente al crecimiento rápido, imparable, del cemento, Arias quiso poner brotes verdes en esta ciudad que ya respiraba la asfixia de la contaminación. Y se sacó de la manga aquel eslogan de «Un parque cada año.», que si bien era una exageración no se puede ocultar que sirvió para dar pinceladas verdes a determinadas zonas y hasta mandó construir un parque que llevó su nombre.

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