Paco de España, el maricón con tacón
Yo soy Paco el del salero y me guaseo del mundo entero...!», repetía el transformista siempre en su espectáculo. La primera en verlo con falda y maquillado fue su madre, a los 15 años de edad. Llegó a su casa de madrugada y tras una bronca monumental, Paco replicó: «Podrás decir lo que quieras; pero, mañana, me visto otra vez de mujer aunque luego vuelva a ser hombre».
Lo cuenta a Crónica su hermana Fefina, quien aclara que su madre, Nievitas, como se la conoce en el barrio grancanario de La Isleta, vivió hasta sus 102 años orgullosa de su hijo artista. «Mi hermano era único, el primer transformista español, y que nadie cuente mentiras, porque Paco, sus últimos siete años de vida, los pasó conmigo en mi casa; nada de tirado en la calle», justifica tras los más que rumores sobre su declive.
Se le reconoce como uno de los pioneros del transformismo en nuestro país. Se llamaba Francisco Morera García, pero cuando se vestía el traje de cola, para simular a La Faraona, la grandísima Lola Flores, se convertía en Paco España. Nos dejó el pasado 23 de enero, en su Gran Canaria natal, arruinado y en el olvido.
Su proeza fue saltarse los moldes de una sociedad franquista, en la que, para evitar la diferencia y el dolor, era mejor casarse y crear una familia. Paco así lo hizo, y dice su hermana Fefina que «dio el sí quiero enamorado» de una bailarina de su espectáculo, en la Ciudad Condal, con la que tuvo sus dos hijos Ricardo y Manoli.
Pero Paco España se declaraba bisexual, y en el escenario era una «mariquita», como él decía, con mucho arte y talento. «No somos machos, pero somos muchas…», espetaba con guasa al público. Un Paco España que se ha ido, a la edad de 66 años, pensando en el amor que lo dejó en vida: Federico. La pasión de un hombre por otro hombre convertida en desconsuelo por la ausencia, la muerte.
La periodista Marisol Ayala le hizo una entrevista, en el año 2005, cuando vivía en una pensión de la capital grancanaria en la calle de Andamana. Ayala ha comentado a Crónica que Paco España se encontraba en la indigencia, y malviviendo en una pensión del Puerto, donde pagaba 15 euros. «Hay días que quiero morir», relató Francisco Morera a la periodista. «Jamás pensé que un artista como yo terminara así, en la calle, en una pensión, viviendo de la caridad de la gente. Yo no quería que conocieran mi estado, pero ya no me importa. Me da lo mismo, que se entere el mundo. Tengo que pedir ayuda a las autoridades de Las Palmas y por eso hablo. Gané mucho dinero, muchísimo, pero tuve que pagar deudas, mantener a mis dos hijos comprarles una casa y todo para que, al final…».
En su blog, la periodista también publica una entrevista con el hijo de Paco España, Ricardo Morera. «Mira, si a mi padre sus hijos no le ayudamos fue porque jamás nos pidió ayuda, jamás la quiso; le ofrecí mi casa, que se viniera con nosotros, pero de eso hace más de 20 años. En aquella ocasión le dije, claro, que podía quedarse pero no quiso. De ahí nuestra infinita gratitud a la tía Fefina, su hermana, que vive en La Isleta y que ha sido su amparo, su enfermera, su madre, su todo…».
Lo cierto es que Francisco Morera no levantó cabeza nunca más, tras la muerte de su pareja, Federico, hace ya más de 10 años. Seducido por el alcohol y las drogas se dejó morir, y un cáncer, en el último año, se lo llevó. Cuenta Fefina que la ausencia de Federico lo trastornó tanto que perdió la ilusión y vitalidad que siempre le caracterizaron.
Su niñez transcurrió en la calle del Palmar, en el barrio de La Isleta, de Las Palmas de Gran Canaria. Rodeado del encanto del puerto, donde sus padres ejercían la profesión de cambulloneros. Este término portuario procede del inglés «come buy on», que en castellano puede traducirse como «ven a comprar».
«Eran vendedores marítimos, se dedicaban al trueque», matiza Fefina. Y así, entre el puerto de la Luz y de Las Palmas, la Playa de Las Canteras y el Confital, Francisco Morera fue creciendo rodeado de amigos y, en ocasiones, y a escondidas, hacían desfiles de mises vestidos con plumas. Más tarde, en Radio Las Palmas, participó en varios programas dedicados a buscar cantantes y artistas nuevos.
«Pacuco, que es como lo llamábamos en casa, era un niño buenísimo. Se entregaba a los demás, era cariñoso y se pasaba el día disfrazándose para hacernos reír», asegura Nieves, otra de sus hermanas, con nostalgia. «Su vida es su vida, y la respeto muchísimo, sólo se me vienen buenos recuerdos. Nuestra casa era una locura con tanta gente. Mi madre dio a luz 16 hijos, aunque sólo salimos adelante 9. Ya sabes, era otra época».
Madrid y Barcelona fueron sus ciudades adoptivas. Lejos de las Islas Afortunadas que le vieron nacer, a los 16 años, y desafiando el régimen del dictador, en Barcelona y Madrid, se atrevió a vestir el traje de cola, y con abanico en mano, sorprender en el escenario simulando a Lola Flores.
A la esposa del Pescaílla poca gracia le hizo verse imitada entre risas, pitorreo y aplausos. Hubo pleito, y Paco España fue indemnizado con 250.000 pesetas. Después del litigio, Lola Flores y el transformista canario de La Isleta se hicieron íntimos amigos.
Se codeó con lo más granado del mundo artístico. Sara Montiel, Rocío Jurado, Florinda Chico, Salvador Dalí y Rocío Dúrcal fueron asiduos de su espectáculo en Barcelona de Noche y en Gay Club. «Ganó todo el dinero del mundo, pero dejó que se lo administrara Federico, y así le fue, entre unos y otros, lo arruinaron», subraya con desconsuelo Fefina.
Los años 70 y 80 fueron los más esplendorosos de su vida. Por una gala, llegaba a cobrar medio millón de pesetas. Nadie hubiera vaticinado un final tan amargo, 30 años después.
«Bienvenidos al Gay Club, el palacio de las mariquitas». Con esta frase Paco España aparece en la película española del mismo nombre que la sala, que fue dirigida por Ramón Fernández. Esta película, estrenada el 12 de marzo 1981, relata el intento de un grupo de amigos homosexuales de montar un club gay, en un pueblo de Andalucía, con la oposición del cacique y afines matones, que les hacen la vida imposible.
«Cuarenta años corriendo delante del jeep, parecíamos galgos, no parábamos…», continúa la interpretación de Paco España, entre canción y canción, «…porque, señores, antes nos parábamos en una esquina, venía el jeep y decía: Venga las misters, al coche, era demasié», concluía así su crítica al régimen franquista entre las risas de la clientela.
El artista canario, también, tiene un papel secundario en Un hombre llamado Flor de Otoño, de Pedro Olea (1978), protagonizada por José Sacristán. En este caso, el guión está basado en la pieza de teatro Flor de Otoño de José María Rodríguez Méndez. Es, precisamente, una de las primeras películas en abordar la homosexualidad durante la Transición, basada en hechos reales. Cuenta un intento de atentado contra Miguel Primo de Rivera, en 1920, en una visita a Barcelona. Detrás de la acción hay un grupo de izquierdistas liderado por un abogado laboralista gay. Pero la fama del transformista de La Isleta también colgó el «no hay billetes» en el Teatro Muñoz Seca, de Madrid, con la obra Pecado mortal.
«Es un espectáculo raro, sí, pero moderno. Aquí hay de todo: machos, machirulas, mariquitas y últimamente hasta alcaldesas…». Paco se reía de todo, hasta de su sombra. Su amigo y rival Félix de Granada, de 80 años -que ya hacía sus pinitos 20 años antes con su bata de guatiné- lo reconoce como una gran figura del transformismo, con mucho arte y salero, un transgresor y una bella persona. «Competir, competíamos; hacíamos lo mismo; él con su gracia y yo con la mía; pero reconozco que en este mundillo en el que nos movemos, Paco España tuvo una relevancia especial porque fue muy reconocido en la Península», afirma Félix de Granada con contundencia.
Otro de sus compañeros de profesión, Pedro Daktari, habla de él como un maestro del transformismo. «Era un hermano para mí. Cuando éramos niños nos juntábamos en La Isleta, que era nuestro barrio en común. Siempre contó con los conocidos del mundillo para sus actuaciones en la Península; la verdad es que dio trabajo a muchos y nadie puede hablar mal de él», recalca Daktari. «Manejaba como nadie el abanico y movía la bata de cola como las cantaoras, se metía en el bolsillo al público y contaba chistes y cotilleos de artistas como el mejor», recuerda con admiración.
Sus amigos aseguran que «de tan bueno que era, se quedó sin nada». Se subió por última vez a un escenario en el año 2006, en Gran Canaria, pero en ocasiones, hasta el 2010, se le vio cantando en alguna terraza de Playa del Inglés, en el centro comercial Jumbo, porque como él repetía, «cantar es lo único que me hace fuerte y olvidar todas mis penas». El único que ha seguido sus pasos como artista es un sobrino-nieto, Aarón, de 21 años, que tuvo la ocasión de actuar con él en la sala Terry en estos últimos años.
Paco España se ha ido y con él se lleva sus grandes secretos. Como dicen sus hermanas Fefina y Nieves, deshechas de dolor, «nadie puede juzgar a nadie, y a los muertos se les respeta». Probablemente, seguirá moviendo su abanico, y entonando su canción preferida, Mi vida privada… «¿Por qué quieres saber de mi vida privada… Si a nadie le importa nada…».
«Bienvenidos al Gay Club, palacio de las mariquitas...». Con esta provocadora frase, Paco España abrió su última película, «Gay Club» (1981). Antes, el transformista rodó otros cuatro filmes: «Haz la loca... No la guerra» (1976), «La Carmen» (1977), «El transexual» (1977) y «Un hombre llamado Flor de Otoño» (1978), de Pedro Olea, protagonizada por José Sacristán.
También arrasó sobre las tablas: su obra «Pecado Mortal», con música de Juan Pardo, colgó el cartel de «no hay billetes» durante más de dos años en el Teatro Muñoz Seca de Madrid. Además, protagonizó «El triángulo de las tetudas», también en el Muñoz Seca, y «Pecar en Madrid», en el Alfil.
Pero su entorno natural eran los clubes nocturnos, como el Barcelona de Noche. Allí debutó a los 16 años bajo el nombre artístico «Paco Spain» y logró un gran éxito de público, aunque penas cobraba 400 pesetas por espectáculo. De ahí pasó al Gay Club de Madrid, donde permaneció más de cuatro años. Allí, era frecuente encontrarse con «celebrities» de la época como Sara Montiel, Rocío Jurado, Rocío Dúrcal Salvador Dalí.
En sus canciones, el asilvestrado Francisco Morera sabía burlarse de sí mismo. Así ocurría en «Paquita la Tomate», cuya letra rezaba: «Me conocen bien de atrás, dijo un niño de Barbate». Entre sus temas más populares, destacan «Bendita mi tierra guanche», «Josefina la criada», «Torbellino de colores» (evidentemente dedicada a Lola Flores) y, sobre todo, «Mi vida privada», su canción predilecta y, con el paso del tiempo, considerado el primer «hit» gay de la contracultura española.
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