Enclaves masónicos en España

La Calle 16 es una tranquila avenida residencial algo alejada de los lugares más turísticos de Washington D. C. Allí, salvo que se busque ex profeso, parece difícil en con trar algo interesante que ver. Pero lo hay. A medio camino, los bloques de apar ta mentos y el paseo arbolado se interrumpen para dar paso a todo templo griego. Se trata de un edificio mastodóntico, fuera de lugar que, precisamente, por esa razón estaba en mi lista de lugares a visitar. Sucedía el pasado mes de diciembre, a nueve meses vista de la publicación de la nueva novela de Dan Brown. Entonces, claro, ignoraba que su nuevo best seller arran ca ría justo tras esos muros de granito macizo.

Admito que mi elección no fue del todo casual. Hacía un par de años que corría como la pólvora el rumor de que Brown había elegido la capital federal de Estados Unidos como escenario para su nueva novela. Tras el éxito de El código Da Vinci -80 millones de copias vendidas, un juicio por plagio fallado a su favor y una superproducción de Hollywood protagonizada por Tom Hanks -, cualquier filtración browniana se cotizaba como el oro en el inquieto mundillo de editores y autores. De hecho, hasta poco antes de que la obra se publicara en inglés, el 15 de septiembre, las pistas fidedignas sobre su contenido eran más bien escasas. Apenas sabíamos que se titularía La llave de Salomón y que tendría como eje argumental el simbolismo masónico de esa ciudad.

Tan escasos mimbres me divirtieron de inmediato. Las últimas navidades me obligaron a pasar unos días en Washington, así que decidí -poniendo mi mente de novelista a toda máquina- matar mi tiempo libre colándome en los posibles arcanos de esa novela y tratar de adelantarme a lo que pronto iba a leer con pasión la mitad del planeta. Ahora sé que enfilar la Calle 16 fue la mejor de mis decisiones.

Más o menos en el centro de esa vía se levanta una réplica perfecta del templo funerario del rey Mausolus, el original Mausoleum de Halicarnaso, una de las desaparecidas siete maravillas del mundo antiguo. Washington está repleto de esa clase de imitaciones: fachadas de templos romanos, cúpulas como la de San Pedro del Vaticano e incluso del Faro de Alejandría se hallan en toda el área de Virginia. Pero ninguna de ellas se esconde en un apartado barrio residencial, como si temiera ser descubierta.

Flanqueada por dos esfinges de piedra rotuladas con jeroglíficos egipcios, el dintel de su monumental puerta exhibe una inscripción en letras de oro: "Los masones construyen sus templos en el corazón de los hombres y entre las naciones". Toda una declaración de principios para el edificio que hoy acoge el cuartel general de los masones del Rito Escocés, los más extendidos del mundo. Cuando llamé a sus puertas, nadie sabía en qué lugar iba a dejarlos la novela de Brown, pero la preocupación flotaba en el ambiente. "No entraremos en polémica", me dijeron en su biblioteca, la sala de lectura pública más antigua de todo Washington. "Eso es seguro. Los masones no somos ninguna secta; ni siquiera una religión. Es todo lo que puedo decirle".

Poco antes de publicarse, la novela de Brown cambió de título. Dejó de llamarse La llave de Salomón para convertirse en El símbolo perdido. Su argumento, sin embargo, se conservó intacto y en él los masones han salido mejor parados de lo que esperaban.

"La masonería es un sistema moral, velado en alegorías e ilustrado por símbolos", dice al principio de la obra uno de los protagonistas de El símbolo perdid. Brown ha vuelto a elegir bien. Al menos, para el lector estadounidense.

En el país de Obama es mucho más que una sociedad discreta -no admiten el adjetivo de "secreta"-; se ve como una institución filantrópica que presta ayudas de todo tipo a quienes pertenecen a ella, una especie de Seguridad Social avant-la-lettre (precursora) que funciona impecablemente. De hecho, sólo entre las familias de masones que perdieron a alguien en los atentados del 11-S han repartido ya 980.000 dólares, más otro casi millón y medio de sus arcas que ha ido a parar a organizaciones de emergencia, policía y bomberos.

MASONES BUENOS. Al contrario de lo que sucede en España, donde se los ignora, en Estados Unidos son más que respetados. Quizá por eso Brown los trata con más benevolencia que a los miembros del Opus Dei de su anterior novela. "Toda la filosofía masónica se levanta sobre la honestidad y la integridad", dice Robert Langdon, protagonista de esta nueva novela, en un momento de la trama. "Los masones se encuentran entre los hombres más honorables que puedas esperar conocer".

Pero debo precisar algo. Si bien El símbolo perdido arranca en el corazón de la masonería de Washington, la acción salta de inmediato al corazón del Capitolio. Situado a 10 minutos en taxi de sus esfinges, en la sala circular que se abre bajo su imponente cúpula aparece una mano humana cercenada, cubierta de extraños tatuajes. Langdon, el profesor de Simbología en Harvard y ha protagonizado todas las novelas de Brown desde Ángeles y Demonios, es llevado mediante engaños hasta allí para descubrir que alguien ha tuneado ese órgano con el propósito de asemejarlo a un antiguo símbolo iniciático: la mano de los misterios.

Seguir las pistas que se abren ante él en las siguientes horas, se convertirá en el eje de la trama de un relato trepidante sembrado de imágenes evocadoras: estatuas y cuadros en los que George Washington -masón por más señas, como casi la mitad de los 43 presidentes que lo han sucedido- aparece representado como un dios griego, una pirámide truncada hallada en los sótanos del Capitolio, un grabado de Durero, cuadrados mágicos, un viejo alfabeto de los primeros masones… En resumen, todo lo que estaban esperando de Brown sus lectores desde hace cinco años.

Pero lo más curioso es lo que Langdon termina persiguiendo: una pirámide oculta en el corazón de Washington D. C. Y digo lo más curioso porque eso fue, precisamente, lo que fui a buscar aquella fría mañana de invierno a las puertas del templo de la Calle 16.

David Ovason, historiador y experto en astrología que ha publicado notables ensayos sobre los ritos iniciáticos del mundo antiguo o acerca de Nostradamus, fue quien me puso sobre la pista. Él cree que "padres de la patria" como Washington, Jefferson o Franklin quisieron levantar una nación sobre los principios básicos de la masonería, llenando la Capital Federal con sus símbolos. Uno de ellos -acaso el fundamental- era una pirámide truncada con 13 escalones, símbolo de la sempiterna búsqueda humana de la perfección. Apareció por primera vez en el billete de dólar diseñado en 1935. El gran sello que figura en su reverso fue concebido durante la presidencia Roosevelt (1933-1945) y el mandato de Henry Morgenthau como secretario del Tesoro, ambos masones de alto grado. Pero, ¿se inspiraron en un monumento real?

¿UN GRAN SECRETO? En su novela, Brown especula con la posibilidad de que, en efecto, exista esa pirámide oculta en algún rincón de la capital. La llama la pirámide masónica. De hecho, sería una construcción pensada para proteger los secretos más antiguos de la orden que, de desvelarse, podrían cambiar dramáticamente el curso de la Historia. Una idea seductora que, sin embargo, no es original de Brown. Ovason creyó mucho antes en ella, e incluso intérpretes modernos de este superventas, como el español Enrique de Vicente, admiten que es muy vieja.

De Vicente, que ya ultimaba hace un año su ensayo Claves ocultas del símbolo perdido, me lo explicaba así antes de mi viaje a Washington: "Muchos creen que antes de la independencia de Estados Unidos, algunos masones sembraron allí los secretos de la Antigua Sabiduría, en la certeza de que harían germinar una sociedad libre". Pero, ¿secretos físicos?, le pregunto. "¿Y por qué no?".

Robert Langdon, un personaje de ficción en cuya piel bien podría encajar el propio De Vicente, perseguirá esos secretos en los sótanos del Capitolio y los de la cercana Biblioteca del Congreso. Y al final los encontrará en… ¡Un momento! Flaco favor haría a sus lectores destripando el clímax de esta novela. Tan sólo diré que, al descifrar los jeroglíficos egipcios que los masones esculpieron en 1915 sobre las dos esfinges de 17 toneladas que guardan su templo de la Calle 16, me llevé una gran sorpresa. La de la derecha exhibe un texto redactado con una gramática muy simple: "Él ha hecho firme, ha perpetuado". La de la izquierda, más seria, dice: "La pirámide que está en [ininteligible]".

Brown no tradujo ni incluyo esas inscripciones en su obra. No las necesitó. Pero si hubiera echado un vistazo al jardín trasero de la réplica del Mausoleum y se hubiese situado frente al edificio mirándolo desde la única casa coronada por una cruz de todo el barrio, hubiera descubierto la pirámide de 13 escalones que pudo haber inspirado a Roosevelt su gran sello.

Curiosamente, para Brown la pirámide masónica es otra. No importa. Aunque nadie se haya fijado hasta ahora, Washington D. C. está llena de ellas. Hacerlas visibles a los ojos de todos es el nuevo milagro de Dan Brown.

Javier Sierra es autor de best sellers como La dama azul o La cena secreta.

El primer decreto de Franco contra las actividades masónicas, fechado en septiembre de 1936 en Tenerife, ordenaba la quema de los documentos de las logias, la confiscación de sus locales y la eliminación de todos los símbolos de la masonería, incluyendo los esculpidos en las lápidas de los cementerios. Sin embargo, aquel decreto no sirvió para eliminar todas sus huellas en España, y aún hoy es posible visitar monumentos como el templo masónico de Santa Cruz de Tenerife (imagen superior), inaugurado en 1902, que debe su conservación a que fue incautado por la Falange y convertido en dependencia del Ministerio de Defensa durante la dictadura. Esta bellísima construcción, único ejemplo de edificio construido ex profeso como logia en nuestro país y Bien de Interés Cultural desde 2007, está en la calle de San Lucas y destaca por su dintel triangular, donde está tallado el ojo del Gran Arquitecto.

Por tierras peninsulares, seguiremos la ruta en Huelva, en Isla Cristina, donde se alza la Casa Patio San Francisco, sede de una logia creada en 1890 y cuya fachada exhibe aún los blasones masónicos.

En Jaén, se encuentra el Palacio de los Cobaleda Nicuesa o Casa de los Masones, donde en 1810 se ubicó la primera logia de la ciudad. Y en Elche (Alicante) se puede visitar la Torre Calahorra (foto del centro). De origen árabe, albergó en el siglo XIX la fundación de otra logia. Según algunos entendidos, la Capilla de Mosén Rubí o Templo de la Anunciación, de Ávila, fue costeada y edificada por masones para servir de hospedería a los campesinos pobres. Dicen que es anacrónica, pero sus defensores aseguran que contiene claves masónicas como los emblemas de las vidrieras, el ábside y las columnas.

En la Ciudad Condal, el Ayuntamiento ha editado la obra Paseos por la Barcelona masónica, de Xavier Casinos, donde se guía al viajero curioso por lugares como la Biblioteca de La Fraternidad, en la Barceloneta, o la antigua caja de reclutas en el Convento de Sant Agustí. Muy entretenido resulta buscar simbolismos y alegorías en el Parque Guëll o en la Sagrada Familia. En Madrid, la Puerta del Sur, la fachada del Ministerio de Agricultura, en Atocha (foto inferior), la ermita de San Antonio de la Florida o la antigua Escuela de Ingenieros de Caminos ostentan también emblemas masónicos. Pero quizá el vestigio más curioso de la ciudad lo constituya el restaurante La Capilla de la Bolsa, en la calle del mismo nombre, donde es posible comer bajo los muros que albergaron el lugar de reunión de la primera logia masónica de España.

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