La Pantoja es muy coqueta

En Panorama lo sueltan porque no pueden más: el secreto, verdaderamente escotado, de Sara es sencillo como el agua clara: que no hay más secreto que ése: lavarse mucho con agua y jabón, y en ocasiones, sólo en ocasiones, ojo al parche: una mascarilla casera con yema de huevo y aceite de oliva batido. 

Desde Sara al aceite, todo productos nacionales. 

Pero para secreto, secreto, el de la otra esencia, el otro pedazo de patrimonio nacional, la Pantoja, que coqueta ella, se deja registrar en Diez Minutos: parece el milagro ése que publican los institutos capilares o adelgazadores en los periódicos: vean el antes y el después de la Pantoja, vean qué dieta sigue, pero léanlo en Diez Minutos (de nada, por la publicidad gratuita). 

La verdad es que el cambio es espectacular (y ya puestos, síganle los pasos adolescentes en Lecturas que cuenta todos sus granos del crecimiento, uno a uno). 

Y la Pantoja es la Pantoja, aunque venga ahora Jesús Aguirre, al que le ha hecho abuelo el duque de Huéscar, y pontifique en Tribuna: «No me parece una folclórica importante», la Pantoja, claro; pues qué querrá este hombre, que es contenido en sus alborozos, pues no va y dice de su nieto que «es una monada, pero no tiene más importancia que eso. 

Es un niño muy mono pero todavía no ha dicho una palabra, de modo que no sabemos cómo va a ser». Pues digo yo que mejor será que no diga una palabra, a que se pase, que si no véan y pasen (¿o es pasen y véan?), al caudillo cántabro, con la resaca que tiene, y no hacen más que llamarle encima de la calle de Génova. 

Al caudillo Hormaechea, que gustaba de salir de copas con el semental Sultán, aquel torazo de los huevos de oro, al que le dio una alferecía, parece que el reparto de insultos, el alto concepto que tiene de las mujeres en general, y de la Tocino, doña Isabel, una santa por tenerle que aguantar, en particular, le va a costar el cargo, que ya le ve Tribuna recogiendo papeles de su despacho, y Cambio 16 no da un duro por su futuro de independiente/PP. 

Y encima le llega, por fax, la carta de Julián Lago, el de Tribuna, que le sonroja con el vídeo de «las noches locas del caudillo Hormaechea». 

Qué hombrón este caudillo cántabro, cuánta virilidad mal encauzada. Bien ha hecho, sin duda, el pusilánime Benegas cruzando, por si acaso (que con Hormaechea nunca se sabe), de acera; y ahí va, con sus carteles bajo el brazo, sorteando coches oficiales, que colapsan los alrededores del Palacio de Congresos, que dice Tribuna, bueno, Tribuna y todas, que la mayoría de los delegados del PSOE, que están en Madrid en el Puente de la Almudena, cobran del Estado. 

Que el Consejo de Guerra, perdón (el chiste es de Cambio 16), el Congreso de Guerra (la precisión es de Pepe OnetolTiempo, también de Panorama, o sea de Zeta) se divierte y mucho. 

En Tiempo desmenuzan las sorpresas de Felipe y en Tribuna Luis Yáñez (bueno, José Bono también habla en Panorama, o sea también en Zeta) riza el rizo; pues a Guerra le han llamado de todo, pero lo de Yáñez no, creo: «Guerra es el albacea testamentario, no el sucesor» de Felipe González, se entiende. 

Y andando, andando, Benegas llega al pie de AlcaláMeco, justo para abrazarse, confundido, con Cari Lapique que fue a recibir, alborozada, a Carlos Goyanes, en libertad provisional, y así sale en Hola (la hija de Carlos creía que estaba su papá en Australia, en viaje de negocios, tal vez, como en aquella película yugoslava), en Diez Minutos, en Semana y en Lecturas. 

En Tribuna asegura que lo ha pasado fatal; a ver, quién no.

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