Las potabilizadoras son una salvación

Canal Voluntarios tiene muy claro que su razón de ser es la implicación en los proyectos de cooperación al desarrollo en países desfavorecidos. Es decir, centrarse en aquellas acciones que se pueden programar, estudiar, conocer sobre el terreno. Pero cada cierto tiempo suceden fenómenos meteorológicos o geofísicos que obligan a trabajar con urgencia (Haití, Tailandia...). Las máquinas potabilizadoras portátiles juegan, en este caso, un papel primordial.

El Canal de Isabel II Gestión cuenta con tres dispositivos móviles en Madrid y otros tres que actualmente están cedidos a EEUU, China (por los últimos terremotos) y Nicaragua. Estas máquinas se componen, básicamente, de un grupo electrógeno -de gasoil o gasolina- para poner en funcionamiento el decantador del oxidante (cloro), un filtro de carbón activo -que elimina los olores- y un filtro de arenas -para retener las partículas que permanezcan en el agua-.

Los niveles de cloro hay que adecuarlos a las costumbres de la población, así como el aspecto y sabor del agua. También hay que tener en cuenta la caducidad, ya que en muchas ocasiones, si el envase donde se recoge el agua está sucio, el agua tratada en la potabilizadora puede perder sus propiedades en poco tiempo.

«Una de estas máquinas tiene un tiempo de vida ilimitado si se realizan las labores de mantenimiento correctas. Para eso es fundamental la formación de personal local», señala Juan Luis Iglesias, técnico de Canal Voluntarios. En este caso, el idioma o la cultura es una de las razones que se tiene en cuenta para emprender un proyecto de cooperación internacional.

Estas máquinas cuestan unos 35.000 euros, pero el mantenimiento supone un coste bajo. Si tiene que estar operativa las 24 horas, es capaz de potabilizar un caudal de 30.000 litros al día. Una vez que llegan al lugar de la catástrofe, lo primordial es saber elegir la fuente de agua que pasará por los conductos y filtros de la potabilizadora.

«Siempre que hay una catástrofe, lo mejor es el agua subterránea. Hay enfermedades, como el cólera, que se transmiten por el agua y en la superficie puede estar contaminada por heces o vómitos», destaca Alberto González, voluntario del Canal. En el subsuelo no hay oxígeno y se evita la contaminación.

Los pozos se excavan manualmente, o con la ayuda de una máquina perforadora. Para estos trabajos se suele colaborar con ONG o empresas locales. En el caso de Canal Voluntarios, en sus últimos trabajos en Nicaragua han contado con Bomberos sin fronteras.

Juan Luis Iglesias admite que en ocasiones han arriesgado un poco más de lo debido a la hora de cruzar un río, ya que el transporte de la planta potabilizadora portátil puede llegar a suponer un gran problema de logística en terrenos complicados. «La gente valora muchísimo lo que hacemos, y nos ayudan muchísimo, sobre todo los niños. No suele haber problemas a la hora del reparto», añade Iglesias. Para evitar estos problemas y resolver el desplazamiento de una máquina que pesa 1.600 kilos, suelen desmontarla en varias partes y recurrir a la aviación militar del país donde prestan sus servicios para transportarla.

Aunque su objetivo principal es crear agua potable para salvar vidas, en muchas ocasiones también echan una mano a los vecinos con pequeñas reparaciones de electrodomésticos. Los voluntarios están de media unos 10 días fuera de sus casas cuando hay una operación por emergencia. En el caso de Juan Luis han sido 14 días; en el de Alberto, 15. El apoyo de sus familias y la satisfacción de poder salvar vidas son sus impulsos fundamentales.

Las acciones que realiza Canal Voluntarios se completan con proyectos de saneamiento, acondicionamiento de letrinas, sistemas de recogida de agua de lluvia y proporcionar redes de distribución para que la población no tenga que recorrer enormes distancias hasta la potabilizadora.

Uno de los proyectos que Alberto González lleva entre manos le conducirá a Guatemala, donde están construyendo un sistema de canalización en el volcán Atitlán, a 3.500 metros de altura. «Se instalará una tubería de unos cuatro kilómetros de longitud desde el nacimiento de agua, en el volcán, hasta un depósito elevado», concluye González.

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