Cómplices de una farsa

Ha venido a verte alguien importante, alguien que te haya dicho qué delito has cometido... Nadie ha hablado conmigo, ni me ha dicho nadie nada. No sé lo que va a pasar... «Pero cuando llegué por la tarde a casa de mi abuela, una llamada telefónica me anunció que al día siguiente debía presentarme en la Sala Universal de las FAR, porque iba a comenzar el juicio contra mi padre. No me lo podía creer. Ni siquiera había podido buscar un abogado. No se preocupe usté por los abogados, replicaron, que ya los puso la Revolución. Son abogados de oficio del Ministerio del Interior. Las mujeres de Patricio y de Tony compartían la misma indignación, pero ¿y los abogados...? 

Ni siquiera han venido a hablar con la familia, a preguntarnos algo. «Los familiares fuimos colocados en la parte derecha de la sala. Los acusados, en primera fila, y detrás una hilera de tropas especiales. Y en el aforo, militares con sus gorras y sus condecoraciones. No podía soportar aquello, sentía rabia, odio. Quería gritarles, idesgraciados, ustedes son cómplices de esta farsa...! «Tras el primer descanso nos condujeron a una sala para hablar con los abogados. Ya estaban los dos frente a mí. Uno negrito, el de mi padre; el otro muy gordo, el de mi tío Patricio. "Yo conozco a Patricio desde hace mucho tiempo", le dice el gordito a María Elena; "ha sido un hombre íntegro y no puedo comprender lo que sucede, pero si le digo la verdad no he tenido tiempo de leerme el expediente, así que no sé bien cómo voy a organizar la defensa". «Era humano, pero el abogado de mi padre, imagínate, me dice: "yo a su padre no lo puedo defender, porque para mí defenderlo es una deshonra, iqué quiere que haga yo!", pues que dimita, le replico, "no puedo, porque es una tarea que me ha impuesto la Revolución y tengo que cumplirla, y ya veré lo que hago, porque es muy difícil..." 

«El juicio duró algo más de una semana, una angustia completa. Todo estaba marcado de antemano, las preguntas del fiscal, las respuestas, todo dirigido al fin perseguido, y cuando un acusado pretendía salirse del libreto enseguida lo cortaban, no, eso no es materia del juicio, y si se rebelaba lo llevaban fuera de la sala, le daban una pastilla y lo hacían callar. Durante una semana y media la televisión pasó información y escenas del juicio, previamente manipuladas. Yo me sentía tan rabiosamente impotente que la boca se me llenó de llagas por dentro, algo psicosomático, supongo, la impotencia, el no poder nada. Salía rendida de las sesiones. «Cuando el fiscal pidió las condenas, el último día de juicio, los familiares estallamos. María Elena le gritó maricón al fiscal, hijo de puta, aquello era una tormenta de insultos, y a mí me dio por decirle a mi papá que no se preocupara, que yo iba a hacer una gestión, pero que a él no le iba a pasar nada. Al llegar a Patricio de la Guardia, el fiscal aclaró que él no estaba relacionado con el narcotráfico, a pesar de lo cual pedía la máxima pena de reclusión para él «por haberle faltado la entereza y el valor de un general revolucionario para denunciar a su hermano».

«Me acuerdo que fuimos a ver a García Márquez, una de las casas más lujosas de Siboney, regalo de Fidel, que conocía muy bien a mi padre, y él, asombrado, decía esto no puede ser, nadie lo quiere, Fidel estaría loco si permitiera las ejecuciones, no te preocupes, que yo personalmente voy a hablar con él. No sé si hizo algo o no, pero sabemos que después, en Europa, justificó los fusilamientos... «Por las noches, -prosigue Ily incansable, como quien cuenta una historia lejana- yo me iba al Comité Central, donde están las oficinas de Fidel, en la plaza de la Revolución, y me sentaba en la acera, déjenme entrar, quería ver a Fidel, yo quiero hablar con Fidel, ustedes me tienen que dejar hablar con él, no puede ser que él apruebe eso... «Tanto Ochoa como mi padre se habían inculpado, pero yo sé que Fidel les pidió que se autoinculparan, los yanquis tenían pruebas del narcotráfico contra Cuba, le dijo a mi padre, y la Revolución estaba amenazada, había que arreglar la situación, es preciso que te hagas responsable de este problema, y tú vas a ver que todo se va a arreglar después, todo va a quedar en familia... 

«Fue una jugada maestra de Castro, asegura Jorge, una muestra de maquiavelismo, de falta de pudor y honestidad sin parangón, porque con las condenas lava la cara de su Gobierno y la suya propia, y además se quita de encima, asesinándolos o condenándolos a 30 años, a oficiales con prestigio que indudablemente podían convertirse en una corriente de opinión renovadora dentro de las fuerzas armadas cubanas. «El tribunal dictó cuatro sentencias de muerte, una para el general Ochoa y otra para el coronel Tony de la Guardia. La decisión final pasó entonces al Consejo de Estado, que preside Fidel. «Al día siguiente, estando en casa de María Elena con mis hermanos, dos oficiales hicieron acto de presencia. Eran el psicólogo y el psiquiatra de Villa Maristas. 

Sabemos que su padre es un revolucionario, pero esto que ha hecho ha comprometido a la Revolución, y la Revolución es todo el pueblo, esto puede suponer una invasión del imperialismo, imagínense cuántos niños cubanos podrían morir, entonces lo que queremos es que ustedes comprendan la justeza de la sentencia y de la ejecución... ¿Tú eres consciente de que es correcto que se fusile a tu padre?, preguntaban a mi hermano Antonio. Y se enojaban porque los niños se quedaban callados, y entonces me di cuenta de que lo estaban grabando, ustedes están locos, ifuera de esta casa! «Cuando vi por televisión la intervención final de Fidel en el Consejo de Estado me quedé aterrada. Ya no había marcha atrás. 

Castro basó gran parte del discurso en demostrar que el héroe de Angola no era Ochoa, sino él. Pero Ochoa no participó jamás en ninguna operación de narcotráfico, fue un ensañamiento con el hombre de prestigio que había vencido en el Ogaden (Etiopía) y Cuito Cuanavale (Angola), y que estaba en disposición de encabezar la renovación de las FAR cubanas. «¿Quiénes son esos gemelos La Guardia? decía Fidel por televisión. ¿Quién los conoce? Pero qué bandidos, las cosas que han hecho... como si él no los conociera de sobra... qué barbaridad, hasta tenían un club y un hospital para ellos...iy lo inauguró él!, un hospital que se hizo con el dinero que conseguía el departamento MC del ministerio del Interior, 300 habitaciones, y no sabía nada, o el club La Hiedra,. también del ministerio del Interior, donde van él y todos sus hijos. Apenas 24 horas antes del estampido de los fusiles, los abuelos fueron a visitar a Tony. «Verdad que es mentira, mi hijito, que te van a matar, ino puede ser verdad!».

«No llores, mami, esto ya no lo para nadie, pero no te preocupes, yo ahora me voy para arriba con Mamín (su otra abuela) y a ustedes les queda poco, así que muy pronto vamos a estar todos juntos, esto es fácil, tres tiritos aquí, -señalándose el pecho con el índice- pum, pum, pum, total nada, en el Líbano podían haberme desgraciado, en Nicaragua, en Angola. Lo único que me duele es venir a morir aquí, matado por mi gente. Mami, pídele al arzobispo Céspedes que rece por mí». «Yo le veo en la tarde del 12 de julio, aún tenía alguna esperanza, no los habian fusilado ese amanecer, quizá, pensaba, haya aún alguna posibilidad. Fue tremendo, María Elena me había pedido: "por favor Ely, no te eches a llorar, tenemos que darle fuerzas", ella había pasado con él toda la mañana, había llorado muchísimo. 

Mi padre estaba en la unidad de contrainteligencia militar de Boyeros, cerca del aeropuerto de La Habana. Unos agentes nos fueron a buscar a casa. "Ily, esto se va a poner durísimo -me dice-, este país va a ser peor que la muralla china. Ily, haz lo posible para que tu hermano sea cualquier cosa menos militar. Me han traicionado totalmente. Recupera lo mejor que tengo, mis cuadros, que están en el Fondo de Bienes Culturales, es el regalo que te dejo. (Todavía no los hemos podido recuperar; nos dijeron que se perdieron). Eres la mayor, repetía, tienes que ayudar a tus hermanos, a tus abuelos. Recuérdame como un padre joven, y estáte siempre orgullosa de mí". «Al alba del 13 de julio se cumplió la sentencia. Un mes justo para la detención, la investigación judicial, el fallo y la ejecución. A las 6 de la mañana llegó a la casa de Miramar una cartulina gris. 

El cuerpo de Tony de la Guardia está enterrado en el cementerio Colón, tumba tal, pabellón tal. Una tumba anónima. La familia dispone de panteón y durante un año la abuela batalló para que le permitieran trasladar allí el cuerpo. Hace pocas semanas lo consiguió. Del diario Gramma: «En horas del amanecer de hoy, 13 de julio, fue aplicada la sentencia dictada por el Tribunal Especial Militar en la causa n° 1 de 1989, contra los sancionados Arnaldo Ochoa, Antonio de la Guardia, Jorge Martínez y Amado Padrón». «Mi querida Ily preciosa. No tengo más tiempo, sólo vuelvo a decirte lo mucho que te he querido y lo que tu has significado para mí, lo que me has enseñado y demostrado al final de mi vida, de lo que eres tú, un ser realmente humano, mi amor, me has impresionado, no te conocía, esto me ha fortalecido tanto que tú no te lo puedes imaginar. Me has dado un ejemplo inigualable. No creo que haya muchas revolucionarias como tú. Ojalá que yo haya influido en tu formación. Mi amor, quiere mucho a Jorge, recuerda de ayudar a Mimi y Papín y María Elena. Vuelvo a decirte hoy que hay pocas mujeres como tú. Me siento muy orgulloso, sé que vas a ser un ejemplo para todos. No tengo palabras para describirte mi amor por tí. Sólo te pido que siempre vivas orgullosa de tu padre, al igual que tus hermanos, ayúdalos. Te quiero con toda el alma, y otra vez te quiero. Tu padre. Tony».

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