La duquesa de Medina Sidonia es lesbiana

El fin de semana previsiblemente siniestro no ha terminado cuando escribo estas líneas. Ignoro si los nietos de Hitler, de Mussolini y de Franco han jugado al ping-pong con la sucia cabeza de algun rojo, negro, arabe, judío, gitano, maricón, drogadicto, mendigo o periodista que haya tenido la desvergüenza de no cambiarse de acera o de no refugiarse en su choza al cruzarse con los redentores de la amenazada raza blanca. Si no poseyéramos la certidumbre de que el «sheriff» Corcuera y sus izquierdistas ejércitos del Nuevo Orden van a proteger a los parias de la ira de los matones, muchos ciudadanos estaríamos planeando la huida al fin del mundo o calculando el precio en el mercado negro de una Magnum o de un bazoka, pero sabernos protegidos por tan reconocidos demócratas y abanderados de la libertad, elude soluciones tan drásticas de supervivencia. 

El alarmista y enfático Documentos TV, por si acaso, nos ofrece un reportaje sobre la teoría y la praxis de mamuts y cachorros nazis en la nación que inventó tan contundente ideología. Comprendo el escalofrío de la gente normal, de los que no sufren taras síquicas, de los que sienten alergia ante esos peligrosos iluminados dispuestos permanentemente a morir pero, sobre todo, a matar por sus ideas, ante lo que muestra el brutalmente revelador reportaje.

A mí, me preocupa todavía más la identidad de los que jamás se prestarían a soltar barbaridades delante de una cámara de televisión, la gente honesta que comprende a los apologistas de holocaustos colectivos, los banqueros que financian su existencia desde las sombras, la civilizada derecha que utiliza como pantalla y fuerza de choque a estos asesinos tan marginales como sus victimas. El espejo sostiene un aburrido y nada sangriento debate sobre la obligatoriedad del Servicio Militar. La clave, sin embargo, renueva mi morbo. 

La enloquecida duquesa de Medina Sidonia denuncia cosas tan absurdas y emparentadas con la ciencia ficción como que la nueva clase dirigente invierte en los medios de comunicación para controlarlos (a nosotros, heroicos paladines de la Verdad) y manipular la información. Un espectador malintencionado le pregunta a Jesús Cacho si piensa escribir un libro sobre Jacques Hachuel. Balbín, siempre tan imparcial, campechano, transparente y rebelde contra cualquier poder que le exija sumisión (Alonso Puerta certificaría estas evidencias) actúa como apresurado y tenso guardaimagen y nos aclara a los espectadores que el padre del mecenas ya poseía obras de arte. Antes, Hachuel ha afirmado: «Intento otorgar color y calidad al dinero». Muy amena e instructiva La Clave.

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