Partida Kasparov-karpov en Valencia

Los partidos de la oposición, eternos aspirantes a un poder imposible, con las elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina, han aprovechado su oportunidad. Andalucistas, populares y los militantes de Izquierda Unida han organizado, objetivamente, un frente común donde raro es el dia que no surja una nueva pista que conduzca a oscuros recovecos empresariales en los que, invariablemente, aparece el nombre de Juan Guerra. 


Pero en este alboroto, en eso lleva razón el «hermanísimo», la presa que persigue la jauría no es otra que el genio y la figura hasta la sepultura del vicepresidente, al que los hechos parecen «endiñarle», como se dice aquí, la insoportable gravedad de ser el responsable de las vinculaciones gubernamentales de los negocios de su hermano. Alfonso Guerra, la verdad, ha sembrado de vientos su actuación política y es natural que recoja tempestades. Una antología de las frases dedicadas por su lengua astifina a los diversos líderes políticos nos haría comprender la dimensión de los odios que este perito industrialy licenciado en Letras, que conoce a fondo los secretos del arte dramático, ha concitado en torno a sí. 

Una antología de sus hechos, realizados en el interior y en el exterior del PSOE, explicaría por qué cuando los «davides» han tenido a tiro de honda a Goliath, no han dudado en clavarle un pedrusco en mitad de la frente. Hay quien cree que ésto no ha empezado en serio todavía. Es cierto que se ha desencadenado la guerra de «dossiers», ese otro tráfico envenenado y agravado por la nocturnidad. 

Es verdad que hay señales de humo que orientan a los cazadores de recompensas personales, económicas o profesionales. Pero es más evidente que el silencio se ha adueñado de las galerías sevillanas en las que siempre se han urdido las intrigas Y retumban, cómo no, las huidizas pisadas de la «beatiful» en las mullidas alfombras que ahogan los murmullos y las jaculatorias de placer y dolor, según se mire. Y hasta la Plaza de España de Sevilla, llega la risa floja de Pilar Miró, por poner verbigracia de pasada. José Rodríguez de la Borbolla, que siempre ha dicho ser un hombre de Iglesia y no de sectas, ha tenido que horrorizarse ante la acusación de haber sido el causante del desaguisado y, es de suponer, que habrá ordenado el mutismo absoluto a los hombres de confianza que aún componen su guardia pretoriana. 

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