Chispas de Ajedrez

Lo que está claro en el horizonte de los proyectos del realizador de Viva la muerte y de El árbol de Guernica es que no va a hacer más cine «porque no tengo salud; yo no sirvo ya para trabajar ocho horas». Desde esa posición, señala cómo los intentos de consolidar un «cine europeo» o un «teatro europeo» le parecen «lamentables, racistas y particularistas». «Lo que hay que hacer es defender un teatro mejor que comprenda más al mundo que vivimos».


¿Dónde vive la cultura?: «sí, la cultura está en Europa pero hay cosas interesantes en Estados Unidos, corno la física y las matemáticas». Otra de sus aficiones es la virología y, en concreto, el SIDA, y por eso se va de vez en cuando al Instituto Pasteur de París donde después de dar la tabarra le dejaron entrar a visitar los laboratorios. La conclusión principal, en su línea de lenguaje directo, es que «no nos podemos fiar de los datos que nos dan esos charlatanes llamados Organización Mundial de la Salud».

Fue amigo de los surrealistas y la impronta surrealista vive en él. También vive en él un pasotismo visceral ante los juicios de los demás cuando él tiene algo que decir, porque «yo tengo pocas cosas que decir pero tengo alguna y lo tengo que decir; mire usted, yo no creo en el pecado, en las faltas, ni en nada de eso, pero creo en el honor. El honor del escritor es aprovecharse de esta cosa tan absurda que es la fama». Como parece claro que el tema del comunismo, o de lo que queda de él, está de moda, la conversación llega ahí y Arrabal se incorpora en su silla y asegura que «el comunismo mata a más gente que el cáncer». 

Su Carta a Fidel Castro va a ser publicada pronto en Moscú. «Sí, y mi editor ruso me ha dicho: ¿pero, no tiene usted más libros anticomunistas?». Menudo, surrealista y glotón, se come el pastel de chocolate y recuerda que un día vio a la vírgen en Valencia, y dice: «usted cree que yo digo provocaciones pero es la verdad».

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