Problema de ajedrez 522: Ceballos - Mohring (Olimpiada, 1964)

Las noticias del desmadre de Juan Guerra, consagrado como tahur del Guadalquivir, ya anunciado por lejanos clarines periodísticos y subrayado por los informes hilvanados en las Jefaturas de Policía y la Secretaría General del PSOE de Andalucía, han abierto la caja de Pandora y, en esta revuelta incontrolada de males que sobrevuela la credibilidad de todo un partido, ha sido tocada la figura y la imagen del Gran Hermano, Alfonso... por ahora. Sevilla, la del PSOE y la de la oposición, la de las élites esmeradas y la de los barrios olvidados, observa en los sismógrafos instalados donde corre la cerveza y marchan las tapas que el terremoto tiene un número alto en la escala política. Lo que al principio parecía la irresistible presencia de otro pícaro en una ciudad que aplaude y saca los pañuelos blancos a quien se salta una ley a la torera, se ha transformado en una hecatombe que afecta a las raíces profundas del Gobierno.


No ha faltado el olé del respetable, el «bendita sea su madre», el «guapo, guapo" y el «yo hubiera hecho lo mismo.» En esta tierra de María Santísima, el bandido siempre tuvo su misa y su rosario. Primero fue un periódico, luego dos y finalmente todos. Y con el estruendo de sus balas de papel, una legión de investigadores, enviados por las planas mayores de las direcciones de los medios informativos, se ha volcado en el descubrimiento de nuevas empresas implicadas en el agobio de los funcionarios de los registros de la propiedad y en la persecución de los indicios que susurran temerosas llamadas telefónicas o anónimos papeles que sobrepasan el volumen habitual de la correspondencia. 

En el fuego cruzado no han faltado amenazas descarnadas a los informadores y mensajes envueltos en papel moneda. Como en el ajedrez, los peones son los primeros en ser sacrificados. Alea jacta est.

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