Problema de ajedrez

Es cierto que este pueblo, el sevillano, es tradicionalmente semilla de inquisidores por mor de la genética. Y es verdad que en este caso, el de los Guerra, además de los datos indudables, ha habido puñaladas y certeras. No hay duda de que hay cubos de basura incontrolados y que, entrelazados con un perfume fétido, todos tienen mucho que callar, a diestra y a siniestra. Pero a pesar de aquella guapa rusa del comienzo que nos contaba que la gran verdad es mentira, lo que parece inquietante es que no quede clara la tautología.


La verdad no es mentira. Repitamos. La verdad no es mentira. Y no sabe uno por qué se vienen a la cabeza aquellos duros versos del argentino ciego cuando decía que alguien, un personaje de su fantasía, «pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio.» Alguien debe pedir perdón por una muerte demasiado lenta. Y es toda una ilusión, la nuestra, la que muere despacio en las entrañas de las generaciones que hoy comparten Sevilla y lo demás. Esas sí son las víctimas de este gran terremoto.

LA causa de muchos de los males que padece el hombre no provienen sino de sí mismo. De su egoismo, de su insensibilidad, de su apatía, de su ignorancia. Los guetos son un compendio de todos estos defectos. Los guetos existen porque quienes los provocan creen que así defienden sus intereses, porque piensan que esta discriminación es natural en su mundo de elegidos, porque sin duda opinan que se vive mejor obviando las preocupaciones y porque, en definitiva, les importa un bledo averiguar cómo viven y sienten sus prójimos. El gueto es sinónimo de desprecio. Y su máximo exponente se encuentra en Suráfrica. Desde allí, Ricardo M. de Rituerto envía una crónica a El País contando cómo es un «domingo en Johanesburgo».

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