Carlsen e Ivanchuk ganan el XIX Torneo de Amber de ajedrez rápido y a la ciega

El reinado de Karpov, tan parecido al del diplomático cubano y genial ajedrecista José Raúl Capablanca, fue tranquilo, pues Viktor Kortchnoi era un pelín viejo para luchar por la corona. Pero En 1985, un joven de Baku, discípulo de Botvinik e inquieto, como la región de donde procede, logró, tras un primer intento (en el que llegó a andar «groggy»), arrebatar el título a la «máquina Karpov». Garry Kasparov afirma que fue torpedeado varias veces por su propia Federación en su lucha por el campeonato, pues «no les hacía falta un campeón, tenían ya uno». Así que, cuando llegó a la cúspide, por tercera vez en la historia del ajedrez el campeón mundial y la F.I.D.E. no se eran mútuamente simpáticos.


Aunque Kasparov anunció en un principio su intención de dejar de ser díscolo, lo cierto es que las diferencias se fueron acentuando. El hecho de que vientos de cambio imperasen en la URSS para entonces, fue sin duda lo que permitió a Kasparov (que admira a Alekhine y lucha como él, fuera de su patria) asesorarse con un mánager occidental. Con el británico Andrew Page se le hará más fácil comprender al joven Garry la posibilidad de incorporar el «Gran Ajedrez» como deporte espectáculo con estructuras tipo Grand Prix en cuanto a lo publicitario, comercial y deportivo. Además ésta, se comprende bien, sería su única posibilidad si osara enfrentarse a la F.I.D.E. de Campomanes. La G.M.A. es el fruto de Kasparov en este aspecto. 

El campeón tenía que demostrar primero a las empresas que patrocinan sus ideas, que contaba con el apoyo de la mayoría de los jugadores. La vieja idea de una Asociación de Jugadores con el apoyo del campeón del mundo, esta vez (Alekhine no pudo y Fischer no quiso), sí fue posible. La historia nos demuestra que la lucha entre los jugadores y las federaciones, sólo se hace intensa cuando campeones y presidentes no se comprenden.

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