Torneo Corus

Cuando, meses después, visité efectivamente Moscú, comprobé que todas las direcciones que me habian dado eran falsas. Algunas calles ni siquiera existían. Los números de teléfono correspondían a dentistas o a soldados, sólo lo sabía Dios. Fui a la Federación de Ajedrez: todos los jugadores con los cuales solicité entrevistarme «se hallaban ausentes», participando en torneos que se celebraban en Kiev u otras capitales. Sin exceptuar a David Bronstein, gran maestro, que hablaba un castellano casi perfecto y con el que en Leningrado había pasado horas inolvidables. Me constaba que David Bronstein estaba en Moscú: no pude dar con él. El hijo de unos exiliados me explicó.


Tenía miedo. Yo era un extranjero, escritor por más señas y tenía miedo. «Si al regresar a Occidente escribieras algo en contra de la UniónSoviética, ellos serían los responsables y se expondrían a un severo castigo». 

Las dos anécdotas, la de los «clochards» en el Sena y la del esquinazo que me dieron los «amigos» moscovitas . ilustran a la perfección dos de los principales rieles sobre los cuales discurría la vida en la Unión Soviética: la mentira (desinformación) y el anunciado miedo. El hombre de la calle lo ignoraba prácticamente todo de Occidente. En Leningrado, por las noches -noches blancas, a orillas del Neva, me harté de formular preguntas a los estudiantes universitarios. Más aún que su ignorancia sobre lo que ocurría fuera de los fronteras soviéticas, me desazonó su indiferencia. Su país les colmaba por entero. 

iEra tan enorme! La sexta parte de la corteza terrestre. «¿Qué puede haber por ahí que no lo tengamos nosotros? ¿Montañas, lagos, frío, calor, vida intensa, superficialidad? La Unión Soviética es un cosmos completo y necesitaríamos de varias existencias para conocerlo con detalle». Lo curioso es que hablaban de este modo olvidando que, salvo excepciones, no les estaba permitido viajar por el propio país, a no ser en desplazamientos programados y colectivos. Pero sabían por los libros -y por la televisión, que ello era así y que nada, y muchos menos los «extranjeros», podrían cambiarlo. En cuanto al miedo, era algo tan consubstancial que la mayor parte de la población no se daba cuenta siquiera de que lo tenía. «El peor de los esclavos es el que no sabe que lo es», escribió Goethe. El miedo en la Unión Soviética era como la sangre que corre por las venas. 

Comentarios

Entradas populares