La marihuana es un regalo de Dios
Decir lo que piensa sin filtro alguno no es sólo una actitud sino un mecanismo automático de respuesta, un estilo de vida alternativo. Oliver Stone (Nueva York, 1946) escupe titulares para regocijo de los que acuden a escuchar lo que tiene que decir, casi siempre en el marco promocional de una nueva película. Y al final el largometraje, para bien o para mal, suele quedar en segundo plano por la carga política que destila un personaje acostumbrado a mojarse en temas espinosos.
Del hombre que dirigió con maestría a Michael Douglas en Wall Street queda poco en la conciencia colectiva del americano de a pie. Ahora lo asocian de forma invariable con el hombre que apoya a Hugo Chávez y que simpatiza con el modelo de Fidel Castro, una ofensa terrible para la corriente conservadora que impera en Estados Unidos.
Ahora ha vuelto. Su último trabajo se llama Savages, que además de un brillante ejercicio de dirección, es también una denuncia explícita, un retrato sobre el dantesco espectáculo del narcotráfico y las matanzas sin tapujos del México que heredó Felipe Calderón hace seis años.
Para darle forma al libreto de Don Winslow, Stone ha recurrido a un elenco importante de actores.
Está Benicio del Toro en otro despliegue notorio de condiciones como el narco despiadado, la estrella mexicana emergente de Demián Bichir, una consagrada como Salma Hayek en plan reina del sur, y un trío amoroso, formado por Blake Lively, Aaron Johnson y Taylor Kitsch.
Pregunta.- Blake Lively dice que a usted le gusta pelearse con los actores. ¿Es eso cierto?
Respuesta.- La verdad es que no lo sabía (dice con una notoria sonrisa socarrona). Cada actor es el mejor abogado en su propia defensa, y deben cuestionarse de forma constante para alcanzar lo que están buscando. En el caso de Blake, es una actriz muy inteligente que me recuerda a Meryl Streep en sus inicios. Si las cosas le salen medianamente bien, puede llegar hasta el final. Tiene lo que hay que tener.
P.- Salma Hayek también ha reconocido que tuvo que lidiar con sus arranques temperamentales.
R.- No tuve elección (risas). Cuando conoces a la reina del sur te engancha de una forma poderosa. Salma es un acto de voluntad. Es una mujer dura, una mexicana que no hablaba inglés cuando llegó a Hollywood y que se ha hecho a sí misma. Dura. La primera vez que la conocí me dijo: «Eres un hijo de puta que ni siquiera me consideraste para un papel. Se lo diste a Jennifer Lopez». Esta vez tenía claro que el personaje era para ella.
P.- Su cinta no sólo es dura sino gráfica. ¿Por qué tanta violencia?
R.- He mostrado parte de la crueldad del conflicto pero no toda. Mi intención tampoco era hacer una película blanda o sanear el conflicto. Lo que estamos viviendo supera cualquier historia de ficción. Estamos en la era de la ausencia total de reglas.
P.- El largometraje deja abierta una puerta a la esperanza para el final de la guerra del narco. ¿Será eso un brote de optimismo por su parte?
R.- No hay final para el mundo de la droga. Hay mucha corrupción, injusticias y acuerdos debajo de la mesa que no vemos. El 50% de la personas en las cárceles en Estados Unidos no le han hecho daño a nadie en toda su vida. Están ahí por droga. Es un tremendo desequilibrio en nuestra sociedad, como una especie de esclavitud moderna que les arruina la vida desde que son jóvenes.
P.- ¿Diría que ha perdido la inocencia con el paso de los años?
R.- Siempre encuentra una forma de abrirse paso. Todos tenemos ideales que de repente se destruyen de golpe. Un día te levantas y descubres que tienes cáncer. Por eso preferí un final más real y adaptado a la situación de la que estamos hablando.
P.- En la cinta plantea un trío amoroso entre la chica y los dos americanos que mueven el negocio de la marihuana desde California. ¿Cree que eso todavía es posible?
R.- La opción de un final romántico es lo que al personaje de la chica le hubiera gustado porque es una especie de hippie idealista, pero el personaje de Salma se lo deja bien claro: «Hay algo que no funciona en tu historia de amor, nena», le dice. En realidad la película es una discusión constante sobre si es posible el amor entre tres personas con la misma intensidad, que en mi opinión no es factible. Ella misma se da cuenta. En Jules and Jim Francois Truffaut no lo consigue, y en Dos hombres y un destino los dos tipos mueren solos.
P.- ¿Hasta qué punto conocía la guerra del narcotráfico en México?
R.- Conocía el tema, pero me reuní en México con gente muy importante a ambos lados del espectro, el legítimo y el que no lo es. También tuvimos a un agente de la DEA y lo necesario para entender la situación, pese a que lo que refleja la cinta aún no ha pasado. Es un escenario hipotético que nos permite especular.
P.- ¿Qué conclusiones ha sacado de todo lo aprendido?
R.- En todo este escenario es importante entender que la violencia extrema aún no ha llegado a este lado de la frontera, a EEUU, y que son los propios carteles los principales interesados en que eso no pase. Si ocurre va a haber muchas consecuencias negativas para ellos.
P.- ¿Le preocupa que la violencia llegue a golpear Estados Unidos?
R.- De toda la investigación que hicimos no encontré nada sobre eso. No se está hablando de lo que pasa aquí y del hecho de que tenemos un mercado de cultivadores, una boutique de droga con la mejor sustancia que he probado en 40 años.
P.- ¿Cree que el PRI está involucrado en el mundo de la droga?
R.- No voy a hacer acusaciones que me conviertan en noticia en los periódicos mexicanos, pero sí le diré que hay una conexión entre el dinero y los partidos políticos. Hay demasiado dinero que está siendo blanqueado como para que los narcos no recurran a una fuente legítima.
P.- ¿Qué opinión le merece la apuesta de Calderón contra el narco?
R.- Calderón es un desastre, el equivalente a George Bush y un hombre que robó las elecciones. No tengo duda de que López Obrador ganó y es una vergüenza porque trajo lo que Bush a este país, una pesadilla para México declarando la guerra a los narcos. De los cuatro carteles pasaron a siete con mucha más violencia.
P.- ¿Cuál es el camino?
R.- No hay otra que despenalizar la droga.
P.- Volviendo a lo suyo, al cine. ¿Cómo espera que sea la próxima generación de cineastas?
R.- Hago una película cada dos años y cuando regreso siempre hay un nuevo estilo de tecnología imponiéndose, pero irónicamente, el cine tradicional sigue siendo un 15 o un 20% mejor que rodar en digital. La profundidad de usar película, la intensidad de los colores, es algo que no encuentras con el sistema digital. Sé que James Cameron ha liderado el camino y que después ha llegado gente como George Lucas, pero de alguna forma sigo siendo el malo de la industria porque me opongo a ese cambio. Tenemos que seguir conservando algunas tradiciones, como los cromos o los libros en papel. Lo digital está bien, pero no quiero vivir en una nube toda mi vida
Parece claro que si Stone tuviera que tomar una postura al respecto, dejaría que el consumo de su amada hierba fluyera libremente. «Creo que la marihuana es un regalo de Dios», confesaba hace unos días en una entrevista con The Hollywood Reporter. Y California, en su opinión, genera la mejor del mundo, muy por encima de la mexicana, «que es una mierda».
«Cuando era un niño probaba la vietnamita, la tailandesa, la jamaicana. Toda mi vida he fumado hierba. No puedo parar», asegura. En cuanto a las drogas duras, explica que no se mete con la cocaína pero que cree en «el LSD, los champiñones y la ayahuasca», una sustancia habitual en Ecuador o Perú. «El éxtasis también es fantástico».
Y en cuanto a las próximas elecciones también lo tiene claro. «Se me hace muy duro votar por un republicano» y esta vez tampoco piensa «votar por un idiota». Se refiere a Mitt Romney. Contundente.
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