Los templos de Khajuraho

Desde el esplendor arquitectónico de sus formas al refinamiento escultural de las tallas que los adornan, todo es asombroso aquí. Eso sin mencionar la voluptuosidad de las apsaras -ninfas- o la desinhibida naturalidad de los maithunas -grupos de personas en actitudes eróticas-, que se nos presentan como criaturas celestiales de un mundo onírico en el que no existiera el pecado.

Por lo demás, cuesta trabajo creer que Khajuraho, hasta hace poco un pueblo polvoriento y anodino en medio de la nada, fuera un día la capital del reino de los chandellas. De hecho, el asunto está rodeado de misterio, ya que nadie ha encontrado aún ni el menor rastro de algún palacio o monumento civil que lo confirme, pero ahí están los admirables templos medievales redescubiertos en sus alrededores en el silo XIX, tras permanecer siglos olvidados y ocultos en la maleza.

Fue un explorador del ejército británico, James Franklin, quien primero mencionó los templos de Khajuraho en un informe a sus superiores, refiriéndose a ellos como «ruinas». Veinte años más tarde, el capitán T. S. Burt, un joven oficial de los Ingeniero Bengalíes y apasionado anticuario, recibió la orden de estudiar el hallazgo a fondo.


Los siete templos que el asombrado Burt exploró constituían una obra maestra, una muestra extraordinaria de cohesión entre la espléndida arquitectura medieval india y las sublimes esculturas que la adornaban, si bien el carácter explícito y desinhibido de muchas de ellas resultaba difícil de encajar en un contexto sagrado para el puritano capitán Burt, que las encontraba «muy embarazosas».

En efecto, las nada sutiles representaciones de sexo oral y grupal, masturbaciones, zoofilia, etcétera podían resultar absolutamente normales para los chandellas del siglo X, pero no para un oficial de Su Majestad la Reina Victoria. Lean, si no, algunos párrafos del primer informe que el capitán Burt elevó a sus superiores: «Encontré siete templos hindúes bellamente cincelados con tallas exquisitas, aunque el escultor permitía en ocasiones que sus temas fueran más subidos de tono de lo que hubiera sido necesario o deseable: en verdad, algunas de las esculturas que he visto aquí son extremadamente indecentes y ofensivas, lo que me dejó al principio totalmente anonadado, ya que se encontraban en templos que se supone que habían sido erigidos con altos propósitos religiosos.

Pero la religión de los hindúes no parece haber sido muy casta, ya que, bajo el manto de lo sagrado, permite diseñar las más desafortunadas representaciones que desacralizan sus altos objetivos eclesiásticos.

Los porteadores indios que me acompañaban, sin embargo, estaban encantados con las imágenes. Las encontraban muy atractivas y novedosas, y se complacían en señalarlas abiertamente a todos los presentes».

A pesar de sus reticencias morales, Burt no dejó de explorar a fondo los siete templos y encontró una inscripción en la escalinata de acceso al de Vishnavata que permitió a los historiadores datarlo y atribuirlo a los chandellas.

Reticencias del general

Hubieron de transcurrir años antes de que el general Sir Alexander Cunningham dibujara planos detallados de Khajuraho, estableciendo por primera vez la distinción entre grupo Occidental y grupo Oriental, que todavía sigue vigente hoy. Por supuesto, el general también encontraba las esculturas «extraordinariamente indecentes y la mayoría, de una obscenidad repulsiva».

¿Qué pudo llevar a una dinastía como la chandella a concentrar tantos y tan espléndidos templos en un lugar tan apartado de todo? Ese es otro misterio, aunque coincide en el tiempo (entre los siglos X al XII) con el resurgir del hinduismo. Los chandellas fueron grandes constructores y durante su reinado florecieron las artes.

Si juntamos ambos factores, podríamos encontrarnos ante una explosión del arte religioso hindú como reacción a los largos siglos de expansión budista. Algo parecido a lo que ocurrió, a la inversa, en el reino de Bagan, en Myanmar -antigua Birmania-, cuando, aproximadamente en la misma época, las conversiones y el fervor del recién llegado budismo erizaron de estupas la llanura del Ayeyarwadi.

El templo más antiguo

De hecho, se ha encontrado en Khajuraho una inscripción, fechada en el año 954, en la que se dice que el rey Yasovarman dedicó a Vishnu el más extraordinario templo jamás construido en la India, algo que se interpreta como una forma de engrandecer y exportar su poder y prestigio.

El templo en cuestión es el conocido como Lakshmana, el más antiguo de todos los encontrados en Khajuraho y una auténtica joya, adornada con miles de imágenes talladas en todas las formas y tamaños imaginables. Es una visita imprescindible, un auténtico deleite, una orgía de talento, armonía, sensualidad y belleza.

Su sucesor, el gran Dhanga, fue así mismo un entusiasta del arte y la arquitectura, e hizo construir en el 1002 otro de los grandes templos que hoy admiramos, Vishvanata, una obra extraordinaria. Su hijo, Ganda, dedicó un templo a Vishnu, Jagatambi, y otro al Sol, Chitagrupta. Finalmente, Vidyadhara, en cuyo reinado la dinastía de los chandellas alcanzó su mayor esplendor, siguió la tradición de su predecesores levantando, ya en el siglo XI, el último de los grandes templos, Kandariya-Mahadeva, que comparte plinto con los ya mencionados Lakshmana y Jagatambi.

Los templos de Khajuraho, abandonados durante siglos y hoy Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, constituyen una muestra suprema del arte medieval. Se dice que llegaron a sumar más de ochenta, aunque hasta ahora sólo han aparecido veinticinco, distribuidos en tres grupos. El resto siguen en búsqueda y captura. Su arquitectura, característica del norte de la India, es original, refinada y llamativa, pero lo que más asombra es la profusión y sensualidad de las espléndidas esculturas que adornan las paredes de la mayoría de ellos.

Guiños al sexo explícito

Mucho se ha hablado del erotismo explícito que manifiestan, pero que nadie espere encontrar en Khajuraho el Kama Sutra en piedra, una orgía de esculturas eróticas decorando a tutiplén las paredes de los templos. No, las pornoesculturas son apenas un puñado, con frecuencia semiocultas por otras figuras más prominentes.

Da la impresión de que se trata sólo de un guiño, de una complicidad del artista, que ha querido dejar un mensaje sutil. Aunque, ¡faltaría más!, todo el mundo las busca y fotografía por la extraordinaria naturalidad, viveza y voluptuosidad que transmiten. Y también, por qué no decirlo, por el morbo que consiguen producir.

Si bien las imágenes eróticas son una minoría, la sensualidad está presente en todas. Tanto las apsaras como las sura-sundaris, las esculturas más numerosas, que representan a criaturas celestiales, se muestran casi siempre semidesnudas, con pechos tan abombados que parecen recién operados, cubiertas únicamente por collares, cíngulos y adornos de exquisita joyería, en expresiones y actitudes tan humanas como bostezar, desnudarse, mirarse al espejo, sacarse una espina del pie, rascarse la espalda, pintar, lavarse o tocar la flauta.

Crear escuela

Meros pretextos, mucho me malicio, para que el artista pudiera impregnar de voluptuosidad sus cuerpos. De hecho, muchas de las esculturas se repiten con profusión en distintos templos, incluso de épocas diferentes, con lo que cabe deducir que los primeros artistas crearon una escuela que otros, probablemente artesanos sin el mismo talento artístico ni capacidad creativa, imitaron repetitivamente más tarde, reproduciendo ad infinitum las mismas imágenes.

La prueba está en que las tallas de los templos más modernos carecen del refinamiento y calidad artística de las primeras.

Queda en el aire el secreto propósito o la misteriosa razón por la que los templos dedicados a los dioses eran adornados con esculturas que hablaban más de la carne que del espíritu. Especulaciones hay para todos los gustos, pero la mayoría tan inconsistentes que no vale la pena prestarles atención. Hay quien piensa que se trata de expresiones tántricas, que tienen el sexo como parte fundamental de su práctica espiritual, mientras otros argumentan que las esculturas fueron diseñadas para entretener a los dioses y hacerles olvidar su ira.

La autora Urmila Agarwal, por su parte, citando la Brihat-Samhita, concluye que «estas esculturas protegen a los templos del rayo, del huracán y de otras calamidades naturales regidas por los dioses Indra y Varuna». Circulan otras muchas teorías insustanciales, pero valgan estos botones como muestra de inconsistencia, sobre todo teniendo en cuenta que la mayor calamidad que asolaba entonces a los templos eran las hordas de Alá.

Costumbre secular

Mucho más plausibles, en cambio, parecen las teorías de algunos estudiosos, como Menen, que sostienen que durante el brahmanismo medieval los templos eran una especie de burdeles, atendidos por una pléyade de devadasis (servidoras de dios), sacerdotisas cultas y entregadas que bailaban para deleite de los devotos y ofrendaban después sus cuerpos a cambio de dádivas para el mantenimiento del templo (y de los sacerdotes, claro).

Esta práctica fue muy común en los templos del norte de la India hasta la llegada de los ingleses (y su puritanismo) en el siglo XIX. Presionados por sus mujeres, los altos oficiales británicos terminaron expulsando a las devadasis y prohibiendo una costumbre secular, sí, pero que juzgaban escandalosa. Lo cierto es que, según este autor, las esculturas de Khajuraho, como las que adornaban la mayoría de los templos de la época, devastados en su mayoría por las invasiones musulmanas, no serían otra cosa que un reclamo publicitario anunciando los placeres que aguardaban a los fieles en su interior. Si los templos de Khajuraho tuvieron mejor suerte que otros y escaparon a la destrucción despiadada fue porque la selva los ocultó de los seguidores de Alá, cubriéndolos con un manto protector de espeso y verde follaje.

Obra de arte en peligro

A favor de los remilgados británicos victorianos que expulsaron a las devadasis de los templos me apresuro a añadir, sin embargo, que cuando la independencia era inminente supieron parar a los políticos nacionalistas que, juzgando que esas estatuas perjudicaban el buen nombre de la joven república, se habían propuesto ¡cubrirlas con hormigón!

Tal como lo leen. Los ingleses les convencieron de que el turismo sólo vendría a ver las estatuas desnudas y entonces optaron por emplear el hormigón para construir aeropuertos. Menos mal. No es que sea uno muy partidario del turismo de masas, pero en este caso, como en otros muchos, hay que admitir que ha servido para salvar valiosas obras de arte que de otra forma se hubieran perdido para siempre. O sea, que bien.

Casi todos lo templos de Khajuraho, a pesar de estar dedicados a distintas deidades y desparramados por los cuatro puntos cardinales, muestran una estructura similar. Asentados sobre grandes plataformas de piedra, jagati, que sirven de deambulatorio exterior, proyectan al cielo la gracia de sus sikharas, esas maravillosas torres curvilíneas que los hacen inconfundibles.

Excepto tres, Chausath-yoguini, Brahma y Lalguan-Mahadeva, que son de granito, todos los demás fueron construidos a partir de piedra arenisca de diversas tonalidades, procedente de las cercanas canteras de Panna, a orillas del río Ken. Por su ubicación, han sido divididos en tres grupos bien diferenciados.

El más importante es el Occidental, después el Oriental, que no sólo contiene templos hindúes, sino también jainistas, y finalmente, el Meridional, que se reduce a dos templos aislados, ciertamente interesantes, aunque más modernos.

Hay, además, un templo fuera del complejo Occidental, el Matangesvara, que, a pesar de ser uno de los primeros en construirse -en el siglo X-, es el único que permanece todavía en uso. No es raro encontrar devotos en los profundos balcones que se asoman al exterior desde las paredes circulares de su santum.

Otro 'hallazgo' inglés

Los amantes de las piedras o la fotografía, no encontrarán mejor lugar para pasar un par de días captando todas la tonalidades y luces que reflejan las labradas paredes areniscas en los distintos momentos del día.

Por si alguien se lo pregunta, añadiré, para terminar, que las esculturas de Khajuraho estuvieron siglos abandonadas y ocultas por la maraña, hasta que a un oficial inglés, un tal Burton, ya se ha dicho, que andaba por allí, le encargaron estudiarlas y las recuperó para la posteridad.

Luego supimos que ya le habían llamado la atención a Ibn Battuta en el siglo XIV, pero ya se sabe que los grandes descubrimientos, o tienen vitola inglesa o no son nada.

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