El silencio en la oscuridad es lo más relajante
Ni yoga ni nada. Pocas cosas hay tan relajantes como el silencio en la oscuridad, apenas rota por la luz del proyector, de una sala de cine. Si la película acompaña, es decir, que no se la traga ni la madre del director y la sesión es matinal, recién desayunados con el calor reciente de las sábanas, y la butaca acompaña, la siesta puede ser de campeonato. Si la obra, resulta ser de arte, el regusto en el cuerpo es mejor.
El ambiente también relaja: colas pausadas ante las taquillas, encuentros fortuitos con amigos desaparecidos en la vorágine laboral y ese café-tertulia para reposar la nutrición fílmica.
Este espíritu en ocasiones bucólico del Valladolid de octubre, se rompe en mil pedazos en el frenesí cotidiano de quienes hacen posible cada jornada esta Semana nuestra, que cumple su 46 edición.
«No quiero ni imaginar lo que será organizar las bodas de oro», comenta abrumado uno de ellos.
En la cuarta planta del Calderón, todo son carreras. Nadie camina. El que menos, anda deprisa, como entrenando para las Olimpiadas de Marcha. El teléfono, humeante, amenaza huelga mientras una voz responde siempre: «Semana de Cine, dígame.»
A pocos metros, son decenas los acreditados periodistas que tienen alguna duda que resolver o que requieren los primero auxilios de los socorristas de los plumillas, con Luisa Carbajosa, la jefa de prensa, al frente.
«No paramos», exhalan agobiados mientras solventan contingencias multiplicándose. Para colmo, a Rubén Codeseira y a Pilar García les toca pelear con la impresora la víspera. Murphy puro.
Los rollos de copias, objeto de fetiche de los cinéfilos que los adoran a la entrada del Roxy, viajan casi tanto como los invitados que nos visitan estos días. De coordinar sus idas y venidas se encargan Elena Nistal, Denise O Keeffe, Rosario Carnicero, Carolina Bayn, Rebeca Colina y Carolina Esteban.
Cerrar billetes de avión -cómo están los cielos del mundo-, habitaciones, traslado desde el aeropuerto o la estación.., puro cine de acción. Pero siempre, con sonrisa y encanto.
De las relaciones públicas se encargan Cristina Konyay, Sergio León y Nuria Regidor. Santa paciencia.
Ajenos a todo este ajetreo de las oficinas y del vestíbulo del Olid Meliá -donde bullen realizadores, actores y reporteros por centímetro cuadrado-, los semanistas aguardan pacientemente en la cola ojeando/hojeando el suplemento del Festival, redactado por Francisco Javier Frutos, Víctor Díez, Antonio Marcos y Fernando Bernal.
Colocar a tanto espectador es labor de trinchera del ejército de azafatas y acomodadores coordinado por Ramiro Acedos y Benito Gómez. A sus órdenes se encuentran Pablo Alonso, Ana Sainz, Carmelo Pérez, Eduardo Blanco, Ana María Pérez, Teresa San José, Belén González, Ismael Rodrigo y Patricia López.
La hora se acerca. Poco a poco, las salas de los cines de la ciudad se llenan de público ávido de esa dosis anual de cine, bueno o malo pero diferente y poco accesible habitualmente, que la Semana de Cine proporciona a sus fieles.
Y en cada templo, en su altar, como sacerdotes postmodernos están ellos, de los que acaba dependiendo finalmente todo. Ni el guión, ni el rodaje, ni la producción, ni el montaje o la organización del festival valdrán nada sin el oficio de los proyeccionistas (Félix Martín, Julián Ruiz, Juan Angel Casares y Angel Fernández). En la oscuridad, la magia del cine ilumina la imaginación. Tras la pantalla, estrés. Disfruten de su sesión.
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