Olivia Valere en la discoteca
Desde mis actuales cotas de escepticismo y languidez, me cuesta reaccionar ante ciertas noticias. Ha muerto Paco Rabal: la vida sigue. Jesús Gil amenaza: me encojo de hombros. Sabina se ha quitado de fumar: otro que me deja sola. Vuelve la televisión de invierno: paciencia. Gunilla tiene novio de repuesto: que le cunda.
Gil utiliza las circulares del Ayuntamiento para desmentir la silicona de su señora: malversación de fondos, o sea, más de lo mismo. Gescartera se sitúa en la línea de salida del otoño caliente: ya vendrá un nuevo culebrón que le haga sombra. Los agitadores culturales desplazan a Paco Porras de la actualidad: el ciclo de la vida.
Blanca Díez, la juez de Marbella, se inhibe en el tema del robo de los sumarios: otra que se rinde. Pedro Román, ex lugarteniente gilista, entra en la discoteca Olivia Valere con la chulería de quien entra en su feudo privado: motivos tiene.
Es el caso que a Málaga llegó un barco cargado de mujeres: todas lesbianas. Salieron a cubierta enarbolando la causa de la libertad y los fotógrafos captaron sus risas abiertas. Más que un barco parecía un parque temático. Había dos clases de pasajeras en este crucero del amor: las que iban a ligar y las que habían embarcado ligadas.
Esta noticia es una simple curiosidad vereaniega, pero tiene su punto porque las lesbianas están en situación de franca desventaja respecto a los gays, así que procede jalearla. Yo no concibo un crucero sin hombres, pero tampoco concibo la vida sin mujeres. Soy carne y pescado, vela y motor, chicha y limoná, sexo y compañerismo. Soy, en definitiva, lo que siempre he querido ser (y que no venga ahora la gran ballena desbarrando con deducciones equívocas).
Antes de seguir adelante: asistí a una manifestación contra la corrupción. Por una vez (y sirviendo de precedente), estaban todos los que pintan: pepé, pesoe, izquierda unida y partido andalucista, amén de centrales sindicales, funcionarios judiciales y gente de a pie.
Siento comunicarlo, pero no había famosos. Personalmente eché en falta a Alfonso de Hohenlohe, cuyo recuerdo ha sido engrandecido merced a las tropelías del alcalde. Tampoco estaban Ana Gamazo y Belén Esteban, representantes de dos categorías opuestas pero complementarias. Ambas dan color a Marbella, la una por arriba y la otra por abajo.
Ana Gamazo (doña esqueleto, como yo digo) mantiene su aura de millonaria a salvo de contaminaciones (ella es así de fina) mientras que la otra contamina desde el atrevimiento con maneras de lagartona.
Por un momento albergué la esperanza de encontrar a Menchu Escobar, Carlos Goyanes, Beatriz de Orleans o incluso a Dinio, que podría ser un interlocutor a la medida del alcalde. Pero nada. Había más ausencias que presencias. En Marbella he conocido a mucha gente que abomina de Gil, pero nadie se atreve a plantarle cara por temor a las represalias.
La especialidad del gran cetáceo es la amenaza y la extorsión. Algunos saben, sin embargo, que aparte del vocerío, Gil carece de armas personales. Quienes han tenido la oportunidad de hacerle frente sostienen que se arruga como una pasa y esconde mansamente el estómago. Carlos Fernández, concejal de Marbella, es el único hombre del Ayuntamiento a quien teme el alcalde.
«En España hay dos problemas -dice el edil-: ETA y GIL. Espero que cualquier día lo pillen como a Al Capone. Hasta ese momento hay que mantener el frente abierto».
Partió la manifestación del Club Financiero, domicilio del ciudadano Gil. Prietas las filas, estiradas las pancartas y con el grito a flor de garganta, comenzó la andadura. Los manifestantes recorrieron las principales vías de la ciudad ante la mirada perpleja de algunos turistas que creían estar asistiendo a un desfile procesional de Semana Santa. Arropada por bombos y silbatos, estalló la consigna: «Dónde están los sumarios, matarile, rile, rile. En el club financiero, matarile, rile, ron». Más claro, agua.
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