Comiendo sesos rebozados

Las aguas del océano automovilístico. Busco, y encuentro, el caserón de la calle de las Boticas Oscuras que en su día sirvió de cuartel general al mayor partido comunista de Occidente y es hoy sanctasanctórum de las huestes de Occhetto que apoyan, junto a los verdes y el resto de los restos del naufragio de la izquierda, la candidatura del ambientalista Rutelli, al que muchos italianos -faltones ellos- prefieren llamar «la sandía», en romanacho «anguria», que como todo el mundo (menos los japoneses) sabe es verde por fuera y roja por dentro. Chistes, y poco más.

Tampoco aquí, en el pequeño Kremlin de la versátil izquierda italiana, veo puños en alto, columbro hoces y martillos, huelo la sudorina del proletariado, escucho los claros clarines de la Internacional ni las fanfarrias de la «Bandiera Rossa». Pero eso sí: misión cumplida. Occhetta me recibirá, con las rodillas tapadas, el lunes o el martes de la próxima semana. Ya les contaré. ¿Impresiones? Las mismas que en la calle de la Cerda. A saber: el neocomunismo ha muerto... ¡Viva la izquierda descafeinada y puesta al baño María en la sopa de menudillos del Mercado Libre! «Sic transit gloria mundi». Me voy a comer al antiguo «ghetto» de la ciudad, encajonado entre el Lungotevere y el Teatro Marcello, para comprobar si los judíos se duelen o no en banderillas ante la amenaza de que las «camicie nere» vuelvan a empuñar el «gobernalle» de la alcaldía de Roma. Y nada de nada: silencio sepulcral, calles desiertas, fachadas impolutas. Pero Iahvé no ahoga: las alcachofas «alla giudea», el bacalao encamisado y los sesos rebozados están de rechupete.

Vuelvo al hotel, pongo la tele (¡qué diferencia con la española!), escucho las noticias... El líder socialista Bettino Craxi, corrupto entre los corruptos y amigote del Liberticida de la Moncloa, acaba de propinarle un golpe mortal al pobre Rutelli. Le ha brindado su apoyo y ha pedido que se le vote para contener la subida de la marea negra. Es el beso de la muerte, la picadura del escorpión, el abrazo de la anaconda. Ni los romanos ni los napolitanos ni los italianos en general están dispuestos a consentir el solapado regreso de la partidocracia. Mentarla es mentar la bicha. Rutelli, que no consigue zafarse de esa sospecha, palidece y reacciona como una verdulera herida en su dignidad. «A Craxi», dice, «lo quiero esposado y en la cárcel.

Estoy dispuesto a pasearme por Roma con una pancarta pidiendo que lo enchiqueren». ¡Mamma mía! Huyamos, busquemos el Teatro Palladium en el que -asegura la prensa- van a reunirse algunas de las estrellas del mundo del espectáculo que prefieren, en nombre del miedo al autoritarismo, la ambigua santurronería de Rutelli al duro golpe de timón auspiciado por Fini. Están los de siempre: Bertolucci, Nino Manfredi (que cantará, cambiando un par de palabras, «Roma, non far la stupida stavolta»), Gillo Pontecorvo, Enzo Siciliano, Paolo Villaggio, Vittorio Gassmann, los hermanos Taviani y, por supuesto, Almodóvar, el español más conocido en Italia después de Francisco Franco. Otra intentona fallida.

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