El buen rock se quedó en los años 70
Manager, intermediario, broker, organizador de cientos de
conciertos y decenas de macro festivales, Barry Holt nació en Olhdam en 1942 y
ahora vive en Benissa.
Ha trabajado de cazatalentos para varias compañías de
discos (Dutch Record Company Philips, Fontana Records) redescubriendo
genialidades como David Bowie, Lou Red, y Kinks. Inclusó llevó nueva singladura
de los Rollings Stones, la del logo de la lengua y labios rojos, pero los dejó
porque iban muy pasados de vueltas y de autosuficiencias.
Declinó ser manager
de su amigo Lou Reed, para unirse al actor Stanley Baker, en su faceta
empresarial y como promotor. El presentador televisivo Ángel Casas lo llevó a
Ibiza y en 1982 promueve el Festival de las Playas, de donde salta en 1984 al
Calpe Rock Music Festival.
Después de aquel contratiempo, se retiró de este
mundo en Benissa, donde vive actualmente en una masía sin agua, luz ni
teléfono, sólo en compañía de sus caballos y cultivando lo que consumen. Ahora
ultima unas memorias que posiblemente desmonten muchos mitos y famas de la
música que conmovió al mundo durante las últimas décadas.
Pregunta.–¿Cómo se puede pasar de vivir entre los estruendos
más duros de un concierto de rock a la paz de una finca donde ni siquiera suena
un móvil?
R.–Quizás y precisamente por eso, por la sobresaturación. La
música por la que había dado mi tiempo y mi vida dejó de interesarme al
convertirse en puro negocio controlado por multinacionales y personas que ni
siquiera la entendían. Por otra parte, la mayoría de las estrellas que habían
nacido para crearla partiendo del jazz y de la música negra se acabaron
convirtiendo en "estrellas" mimadas por enormes tropeles de gente
joven que los mitificada más que conocía el espíritu de su música.
P.– Sin embargo hasta el Festival de la Isla de Wight en
1970, todo parecía sincero y espontáneo...
P.–Bueno, casi todo. Había unos grupos, a nadie se le escapa
que los Beatles y los Rollings, además de otros como Chuck Berry, Dylan, Simon
and Garfunkel, etc.. Al principio se creían y creían en lo que estaban diciendo
y componiendo. Pero en 1976 se acabó todo aquello, si es que alguna vez hubo
algo.
P.–¿Y todo empezó en Inglaterra con los grupos skiffl
(guitarra acústica, bajo, banjo, e instrumentos caseros) que copiaban a los
americanos?.
R.–Más o menos. Tenga en cuenta que The Quarrymen era un
grupo skiffle que acabó en The Beatles, o que Mick Jagger sólo tocaba la
armónica con The Barber-Coyler Skyffle Band, aunque ahora reniegue de ello. Yo
mismo me construí mi propia guitarra. Lo hacíamos por divertirnos y la mayoría
de la gente de los suburbios que se conocían en las escuelas de grado medio,
alquilaban un garaje o unos bajos y después, si aquello funcionaba, tocaban en
cualquier garito esperando que alguna empresa discográfica, por pequeña que
fuera, les editara su primer single. Había improvisación y frescura.
P.–Ha hablado de los dos grupos más importantes del siglo XX
como son los Rolling y los Beatles, a quienes conoció, sobre todo a los
últimos, muy personalmente. ¿Qué opina de ellos desde su perspectiva actual?
R.–Tengo la peor opinión de Paul McCartney y de Mick Jagger,
sólo les interesa el dinero y la fama. Otra historia fueron George Harrison o
Brian Jones, incluso Taylor y Wood, pero pintaron bien poco porque aquí quien
mandaba en los grupos eran los que firmaban la autoría de las canciones.
R.– Keith Richards ha firmado casi todas...
P.– Keith está loco, y sólo le importa andar colgado del
alcohol y las drogas, y la adrenalina que le dan los conciertos. Podrían
quitarle el cable del amplificador y seguiría tocando igual. A partir de sus
grandes éxitos cuando se pasaban meses como números uno de las listas de
éxitos, tenían y siguen teniendo una legión de compositores a su servicio y a
los que no pagaban demasiado. Algún día habrá que escribir la historia de estos
negros.
P.–Usted lo está haciendo...
R.–Yo estoy escribiendo una especie de memorias cuyo título
puede ser Star Seacher, Star Maker o Star Breaker (rompedor de estrellas) en
donde pienso contarlo todo desde principios de los 60 hasta mediados de los 80.
Después de andar 25 años retirado de ese mundo nada me obliga a callarme lo que
viví en primera persona. Creo que ya va siendo hora de desmontar muchos mitos
de entonces, y de contar cómo las estrellas de un mismo grupo se odiaban entre
sí tanto como los jugadores de fútbol hoy en día. La fama los convertía en
pequeños monstruos individualistas y caprichosos.
R.–¿Tal vez y entre otros los de Lou Reed y David Bowie, a
quienes conoció muy de cerca?
P.–Bowie es un gran actor y el egocentrismo en su sentido
más puro. Las letras de sus canciones las componía copiando a poetas de su
época y cambiando los versos de sitio; no es tan intelectual como algunos
piensan. Respecto a Lou Reed fue magnífico en su época neoyorquina, pero luego
también lo absorbió el star system.
P.–¿Cree que Eric Clapton ha sido el mejor?
R.–No, fue muy bueno, pero Jeff Beck o Jerry Lee Lewis,
capaces de tocar en cualquier pueblucho, y por pocos billetes, son a mí
entender los mejores porque llevaban la música en el corazón. Precisamente
Jerry tocaba el piano, que es el que va a dar el gran vuelco a las pequeñas
bandas cuando venga el rock sinfónico. Aunque este tipo de rock no me interesó
nada porque los técnicos con los sintetizadores, e incluso ordenadores de
entonces, acabaron con la belleza de la improvisación. El último gran grupo inglés
fue The Who.
P.– Supongo que todavía quedará alguno...
R.– Sí, pero en manos de los intereses discográficos. A
Peter Gabriel o Bruce Springsteen, por citarle a dos muy buenos, no les dejan
sacar un disco hasta que no le interesa a la productora. Le insisto en que a
mitad de los 70, se acabó el gran rock.
P.– Y se viene para España en el 82 a organizar el festival
de Ibiza.
R.– Aquello estuvo cojonudo porque cualquier grupo inglés
deseaba y aun desea venir a España a tomar el sol, emborracharse, comer bien y,
si encima le pagan algo, pues mejor. Fue entonces cuando conocí a grupos
interesantes como Medina Azahara, Triana, etc. pero los grupos españoles no
tenían libertad de movimientos porque las empresas y managers de Barcelona lo
controlaban todo, como pude comprobar cuando monté el primer gran festival de
rock durante tres días seguidos en Calp.
P. – ¿Fue un pequeño o gran fracaso, según se mire?.
R. – Ya lo he dicho: desde Barcelona no dejaban venir a
ninguna figura española. Así que tuvimos que traerlas todas de fuera,
principalmente de Inglaterra. Por otra parte las autoridades locales y
provinciales alicantinas no ayudaron en nada. Dave Edinunds, Jimmy Cliff o la
Orquesta Mondragón tocaron de casualidad durante los tres días que por primera
vez duraba un macroconcierto. Los de Benicàssim lo copiaron todo.
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