Se ha ganado un sugus
Recuerdo esos dedazos tuyos de cortezas de olivo, cómo cerrabas bogartiano el ojo por el humo del cigarro, el palillo en la boca que venía después y ese mono azul arrabalero moteado de eterna pintura blanca.
En el ascensor mi hijo te decía que parecías un dálmata y tú, que si es que acaso no sabía que estaba hablando con un mago: te soplabas en el puño y, hale op, le sacabas dos Sugus de la oreja.
-Julián, a que no me lo haces otra vez...
-A ver. Cierra los ojos, chaval.
Y cerraba los ojos Martín. Eso fue sólo el principio...
Cerraron el quiosco de periódicos de la parada del 35. Susana cerró la peluquería. Cerró casi entera la Galería Coral, donde apenas sobrevive una pescadería, y también echó el candado la joyería de la esquina. Cerró la Camisería Carlos y la frutería de Mohamed. Cerró la carnicería de Leo y el centro comercial M-40. Cerró la biblioteca municipal y hasta un bazar de chinos cerró.
Cuando el niño volvió a abrir los ojos -menos mal-, allí estaba siempre Julián irreductible, inventando 24 horas al día.
El héroe de este apagóse paulatino luce aún al sur del Manzanares, donde tenemos la cola (del Inem) más larga que en ninguna otra parte, los comercios andan ya apagando la calefacción y hay carteles con un billete de 50 euros donde debajo puede leerse: «Se busca». Un lunes Julián apareció sin el mono azul. No dijo nada. Ni falta que hizo. No llevaba encima la sonrisa. Sí los dos Sugus.
-Toma, chaval. Los últimos.
Tenía 54 años. Estuvo meses (o siglos) buscando empleo a diario sin encontrarlo. Y había mañanas -en esas alegres horas domingueras del metro en que nadie ve- en que el postrero Julián miraba más allá de todo en el andén, yendo y viniendo, como esperando no se qué.
Fue el niño el que le despertó del sueño en la estación de Carabanchel, a ver. Tocándose la orejas.
-Julián, a que no me lo haces otra vez.
Me enteré por la ex mujer, que fue de las primeras en tirar la toalla. Que si «el despido». Que si «no le salía nada». Que si «una depresión». Que si «la bebida». Que si las tragaperras. Creo que en algunos periódicos fuiste media columna, ya ves. En la calle te dimos la portada entera. Julián, el Brochas, se tiró a las vías el otoño pasado.
Sigo pensando en quién te empujó, Julián. Sigo preguntándome si los maquinistas que nos van apeando saben adónde conducen este tren, quién viaja dentro, cuál será el peaje, el miedo que da un túnel negro.
Sigo pensando que en el barrio -donde hace tiempo que dejaste coja una partida de dominó- ya nadie saca los Sugus de las orejas como tú.
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