Un nuevo autor

Bienvenido un nuevo autor, Paco Bezerra que hace dos años ganó el Nacional de Literatura dramática, sin haber estrenado y casi sin haber publicado. Cuando se conoce el rigor, la controversia y las árduas deliberaciones que acompañan este premio, algo insólito debieron ver los eminentes hombres del jurado. Ahora ha merecido los honores de un estreno en La Abadía, producido y dirigido por José Luis Gómez: un acontecimiento jaleado por la flor y la nata del teatro español. El texto es un texto duro, de un final abierto y, más que abierto, indeciso y ambiguo. Bienvenido. Es mucha la responsabilidad que, tras el Premio Nacional y este estreno, se le viene encima a Paco Bezerra: la exigencia de estar a la altura de su fulgurante arranque. Afortunado él. Muchos quisieran esta salida de purasangre, acaso lo merezcan también, y ni siquiera logran estrenar. Y puede que no sean inferiores a Bezerra. 

Grooming es una buena representación auxiliada por la mano larga y poética de José Luis Gómez. Bezerra pone el texto, que no es poco, aunque primerizo en los mecanismos de la escena, y Gómez pone todo lo demás. Paco Bezerra llegará a ser muy buen autor.

Grooming es un buen texto y una buena función, fresca y sin complejos ni pudores de neófito y con una intriga bien dosificada y la presunta víctima que vuelve del revés toda la trama. Hay ecos evidentes -más en la estructura del diálogo y las situaciones que en la naturaleza del absurdo- de Pinter y más lejanamente de Becket: una poética inquietante de las patologías, del sexo enrevesado -expresión de dominio y posesión- que Gómez traduce en una poética de la tensión en un espacio sedicentemente abierto: el parque, en definitiva, es una jaula, un pozo sin salida. La aparición del conejo de Lewis Carrol y la caída de Alicia por el agujero no es una poética, sino una metafórica confusión. 

La visualización de la violencia, explícita o implícita, es lo más turbador de Grooming; y una sorprendente Nausicaa Bonnin, rara Alicia en el país de los horrores. Antonio de la Torre eficaz, poco familiarizado con la escena, logra hacer odioso su personaje; pero cuando el signo de poder se invierte resulta menos creíble. La misma inversión que se produce en las relaciones de poder de los personajes, ocurre también entre los actores. Nausicaa, temerosa, crece al tener en su mano al acosador; Antonio de la Torre, se hunde como personaje y se desdibuja como actor.

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