Un psicópata peligroso

Y veremos dónde voy…». La frase de El Boca sonó a portazo. Después se montó en un taxi y desapareció. Dejó en el aire este martes, a las mismas puertas de la cárcel de Morón de la Frontera (Sevilla), un tufo agrio. «Yo no he hecho nada. A mí me han metido 20 años en la cárcel por la cara, me voy como un ciudadano libre. No debo pedir perdón a nadie porque soy inocente», se había despachado a gusto tras pasar sólo 21 años entre rejas de los 44 a los que fue condenado por el asesinato y violación de la niña Ana María Jerez Cano. A la espalda portaba una mochila. Vestía con un jersey a rayas y un pantalón vaquero. La cabeza, cubierta con un gorro de lana. A rostro descubierto, sin mostrar arrepentimiento alguno, desprovisto de pasamontañas y de cualquier temor a exhibirse… 

«Su cara me persigue en la noche y a veces me despierto gritando». Pese a las dos décadas largas transcurridas, Adoración, la madre sin consuelo de Ana María -nueve años tenía cuando la violó y mató-, vive en un estado de melancolía y dolor perpetuos desde que El Boca, ese joven fornido de mandíbula ancha, labios gruesos y nariz achatada, el mismo de la mochila y la cara descubierta, le arrebatara para siempre a su pequeña aquel febrero del 91. 

José Franco de la Cruz, Pepe El Boca, de 48 años, es «de la misma calaña» que los peores etarras. Por eso «se merece un trato similar». Al menos, así es a juicio de la madre de la pequeña, Adoración Cano, quien, a través de su abogada, solicitó ante la Audiencia Provincial de Huelva que se le impidiera salir de la cárcel. Para ello pedía que se le aplicara la doctrina Parot, que señala que los beneficios penitenciarios se concederán sobre la totalidad de la condena y no sobre los 30 años de pena máxima que fija el Código Penal de 1973. 

Sin embargo, la súplica de la madre de Ana María no fue atendida. Los jueces no la respaldaron. Por eso ella denuncia que la magistratura española adolece «de sensibilidad y respeto hacia las víctimas». Para esta mujer sin hija, es evidente el «poco compromiso que hay por parte de quienes tienen el poder en que esto cambie».

Dice también Adoración que el pederasta que le arrebató a su ser querido «jamás ha mostrado arrepentimiento, ni ha pedido perdón por haber cometido la atroz violación y asesinato de mi niña». Si alguien dudaba, explica, basta con visionar el vídeo de la salida de prisión del delincuente. 

Y sí. El reo emergió de la puerta de salida de la cárcel negándolo todo, haciéndose ver ante los medios y la opinión pública como el chivo expiatorio de una confabulación coral que motivó que él acabase con sus huesos entre rejas de una manera injusta: «Yo no he hecho nada». 

El paradero actual de El Boca, quien tiene un hermano gemelo, es toda una incógnita. «Ya veremos dónde voy», fue todo cuanto quiso adelantar de su futuro inmediato. Durante los últimos seis días, sólo la Policía ha sabido dónde está. Lo mantiene atado en corto como medida de seguridad. 

Ni siquiera su actual abogado de oficio, José Augusto de Vega, lo ubica. Mañana se entrevistará con él por primera vez, cuando José Franco acuda a declarar -voluntariamente- ante la Audiencia provincial de Huelva, el lugar de residencia que va a tener ahora que es, como él dice, un «ciudadano libre». No obstante, su letrado no las tiene todas consigo de que vaya a presentarse. «Veremos si se aparece o no, tengo la duda», reconoce a Crónica. 

Este asesino y violador ha pasado la mayor parte de su condena en una cárcel de Ciudad Real. Cuando restaban pocos meses para su puesta en libertad, lo trasladaron hasta la prisión sevillana de Morón de la Frontera, a sólo 160 kilómetros de Huelva, su ciudad natal y donde la tarde del 16 de febrero de 1991 se perdería el rastro de la pequeña Ana María. 

La niña, como acostumbraba, salió de casa para visitar a su amiga Raquel, sobrina de El Boca. Fue un viaje sin retorno, de dramático final. Nunca llegaría a su destino, no volvió a cruzar palabra con Raquel ni tampoco retornó a su hogar porque José Franco decidió quebrar su vida, y la de su familia, para siempre.

Tras la desaparición de la menor, cientos de voluntarios y efectivos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado iniciaron una búsqueda por tierra, mar y aire. La batida en busca del cuerpo de Ana María finalizó 69 días después de su desaparición, periodo en que los padres de la pequeña aún seguían albergando esperanzas de encontrarla con vida. «Que nos la devuelvan los que la tienen secuestrada», solía suplicar la madre ante las cámaras de televisión durante aquellas interminables jornadas.

El cuerpo de la pequeña fue encontrado a la una de la tarde del 16 de abril de 1991 en los esteros de las aguas de la ría del Tinto, a cuatro kilómetros de la capital onubense. El hallazgo fue trágico: el cadáver estaba desnudo y tenía la cabeza separada del tronco. La agresión debió de ser brutal. 

El asesino, un tipo violento con un currículo plagado de agresiones y hurtos, acababa de salir de la penitenciaría Sevilla II días antes del crimen. Las jornadas previas a su encuentro con Ana María las pasó en el bar de la asociación de vecinos de su barrio bebiendo cervezas con amigos. 

Tras el asesinato, intentó por todos los medios deshacerse de las pruebas. Se llevó la ropa que llevaba puesta la niña, su reloj y los pendientes que lucía aquella trágica tarde de carnaval. También trató de ocultar que la había violado sin piedad introduciendo en su ano ramajes de la marisma. Quería borrar cualquier rastro biológico que pudiera conducir a su identificación. 

La noticia conmocionó a una ciudad que durante más de dos meses había vivido como propia la angustia de los Jerez Cano, una familia de cuatro hermanos y clase media de la barriada La Isla Chica, muy cercana al centro de Huelva. 

Profesores y compañeros del colegio en el que estudiaba Ana María protagonizaron concentraciones para condenar el asesinato. El Ayuntamiento declaró un día de luto. Las condolencias fueron unánimes. 

Los onubenses se lanzaron en tromba a la calle para llorar a la niña. Con sus lágrimas reclamaban a la Justicia contundencia con el desalmado que había cometido aquella atrocidad. El entierro de la niña, en el cementerio de La Soledad, fue multitudinario. Toda Huelva quiso dar el último adiós a la chiquilla que, como muchas tardes, acudía a jugar con la sobrina de quien después le segaría la vida de un plumazo movido por una actitud psicópata. 

El forense Luis Frontela, quien colaboró con la Policía durante toda la investigación, dictaminó que la niña había fallecido por el impacto de varios golpes, hasta ocho en total, recibidos en la cabeza. También, y esto sirvió para dar el giro definitivo a las pesquisas, realizó un análisis de la fibra de un chándal de El Boca hallado en el cuerpo de Ana María. Tras concretarse su autoría, la Policía detuvo el 29 de abril de 1991 a José Franco de la Cruz, que por aquel entonces tenía 27 años. El magistrado lo condenó a 44 años de prisión, 28 de ellos por el asesinato y 16 más por la violación. 

Tras la detención, siempre se especuló con que El Boca contó con la ayuda de alguna persona más para trasladar el cuerpo sin vida hasta el lugar donde fue hallado, el cual él mismo indicó a la Policía. José Franco no tenía coche, por lo que mucha gente dudaba, y aún sigue haciéndolo, de que pudiera haber llevado él solo a pulso el cadáver de una niña a 4.000 metros de distancia. Y más sin que nadie lo viera. 

Sin embargo, durante el juicio fue el único condenado, sólo él pagó con prisión el asesinato. Había dejado de ser un ratero de barrio que robaba radiocasetes y pegaba tirones de bolsos a viejas, y se había convertido en un presidiario con una larga condena que cumplir por delante. 

El pederasta que desde el 3 de abril goza de libertad total tiene rasgos de psicópata. El hecho de que este «depredador sexual» pueda volver a cometer un crimen como el de la niña onubense no es nada descabellado. Lo dejaron claro los primeros psiquiatras que lo trataron tras su detención. Los médicos aconsejaron que se le practicara un segundo análisis psicológico para determinar el grado de psicopatía así como el riesgo de reincidencia existente. 
El objetivo era imponerle un tratamiento correctivo de su desviación. Pero nunca se le volvió a practicar dicho estudio, ni tras su ingreso en prisión ni ahora, que ya está en la calle. Ni en aquel momento ni en este, ninguna de las partes personadas en el caso pidió una nueva prueba que valorara y el comportamiento de El Boca. Hoy, parece claro, supone un riesgo. 

Nadie mejor que Adoración para saber qué puede llegar a hacer el asesino de su pequeña. Con sus antecedentes y sabiendo que no se ha sometido a tratamiento alguno en la cárcel, la mujer teme que pueda volver a reincidir. No quiere que nadie viva el sufrimiento que ella y su familia -su marido y tres hijos más- han tenido que pasar durante todo este tiempo. 

«El riesgo es extraordinariamente más alto que cuando ingresó en prisión», sostiene convencida la madre. «Además, se ha negado expresamente no sólo a trabajar, sino también a realizar cualquier tipo de rehabilitación. Y tampoco ha sido sometido a tratamiento», relata. 
Adoración quiere que ahora, después de que la Audiencia provincial de Huelva no haya atendido su petición de imponerle la doctrina Parot, al menos la Justicia sí establezca las medidas suficientes para reducir el posible riesgo de reincidencia. Se aferra a una directiva del Consejo de Europa aprobada en 2011 relativa a la lucha contra los abusos y la explotación sexual de los menores. La norma insta a los Estados miembros a que apliquen con este tipo de delincuentes programas o medidas que reduzcan al mínimo su peligrosidad y que sean sometidos a una evaluación de su amenaza. 

El sentimiento que domina a Adoración desde la salida de prisión de José Franco es la indignación y el abatimiento. «Tengo una ansiedad muy fuerte. La impotencia de vivir tantas incoherencias judiciales me está minando la poca salud que me queda». Ella, a sus 60 años, tiene diagnosticada una incapacidad absoluta por el sufrimiento pasado, que le ha generado una infinidad de enfermedades: duelo patológico, estrés postraumático, vasculitis, neuralgias… A la madre de Ana María ya le quedan pocas lágrimas que derramar, se siente débil. Y ahora que el asesino y violador de su hija ha quedado en libertad, la sensación de vacío e impunidad la impregnan. 
Hasta hoy (domingo) ha estado acompañando a Dori, la mayor de todos sus hijos, quien vive en Madrid. Cuenta que a ella José Franco también la quiso violar un año antes de la muerte de Ana María. «Le decía: "Ven rubita, ven, que te quiero coger"». Adoración no se ve con fuerzas de asistir a la llegada de El Boca a los juzgados de Huelva, pero sí quiere recordar algo sobre él. «Que quede claro que si antes era un monstruo, ahora lo sigue siendo también». 

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