El nuevo viaje a la Alcarria

Dedicado a don Gregorio Marañón y editado por la Revista de Occidente, aparece Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela, donde entroncándose con los narradores viajeros de la Ilustración y con el vigor escueto de Solana, describe su itinerario a pie por esta región de Guadalajara. Este libro sorprende doblemente, tanto por el hallazgo y presentación de un país incontaminado por el progreso, como por el estilo preciso y sobrio de la narración. Es una obra inesperada que, por una paradójica actualidad, va a interesar a un número creciente de lectores que desean encontrar un ritmo más sosegado y personal en contacto con el medio natural que aquí aparece en su pureza primitiva. 

Posiblemente, con el auge del psicoanálisis se manifestó la necesidad de bucear en los orígenes, de volver a la naturaleza, y hoy día está de moda la valoración de lo arcaico. Los personajes del Iibro viven en una era anterior a la televisión, que no ha ejercido aún su acción uniformadora de las costumbres y las conciencias. Viven un ambiente de escasez material, pero sin la igualdad pavorosa que Henry Miller encuentra en la cultura urbana y cultivan unas peculiaridades, de un arte bruto (en palabras de Dubuffet) no violentado por el progreso. El libro de Cela coincide con el viaje a los espacios del cohete Voyager y encontramos un curioso paralelismo entre la aventura espacial de la sonda y la caminata del novelista. 

Siguiendo el dictado de la Tábula Smaragdina, que recientemente nos citaba Umberto Eco: «Lo que está arriba es isomorfo de lo que está abajo», el universo virgen de los espacios exteriores coincide con el incontaminado del medio rural primitivo. Y la prosa exacta y pulida del novelista también coincide con el lenguaje informativo de la sonda, que es elegante y económico según conviene al texto científico.

Camilo José Cela nos ofrece un mundo donde se desconoce la cocacola y el espacio está ocupado por la espontaneidad del tomillo. El río Cifuentes aún no está contaminado por una multinacional, los barrancos de Sacedón no tienen escombreras de plásticos y en las plazas soleadas de los pueblos hacen corros los viejos, en lugar de vivir recluidos en asilos de exterminio. 

Un mundo en que el hombre depende de la Naturaleza y no del capital, la politica y el mercado. Frente al estilo literario de los narradores urbanos, contaminado también por el ruido, o la aridez de la novela experimental, cuya lectura es un ejercicio más arduo que gustoso, este libro nos sorprende hoy día por una prosa limpia, sosegada y cálida en que el autor hace gala de unas grandes dotes de percepción diferencial. Con gran economía verbal describe nítidamente el paisaje, todos sus personajes están tratados con el debido sentimiento, pero sin léxico sentimental alguno, como es de ley. Por eso, quien quiera depurarse de lo superfluo y vano, debe utilizar como breviario esta pequeña narración sorprendente que tiene el valor añadido de ser un documento antropológico.

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