Acusado de 87 asesinatos
Lo más duro será ver cómo disfruta Anders Behring Breivik. Para los supervivientes y los familiares de víctimas de las matanzas de Oslo y Utoya, el juicio que empieza mañana en la capital noruega amenaza con ser un verdadero suplicio, no sólo por tener que rememorar la espeluznante jornada del 22 de julio de 2011, sino porque además deberán soportar las evidentes ansias de protagonismo de un asesino que, durante 10 semanas, dispondrá de un escenario de alcance mundial para montar su show particular y pedir que se le absuelva de todos los cargos. Alegará legítima defensa.
Breivik, que prestará declaración a partir del martes, está acusado de terrorismo y 77 asesinatos. Aquel día de julio hizo estallar una potente bomba casera en el distrito gubernamental de Oslo, matando a ocho personas, y luego se dirigió vestido de policía a la isla de Utoya, donde las juventudes del Partido Laborista celebraban su tradicional encuentro anual. Allí, durante 79 minutos, y mientras la policía de verdad hacía gala de una incompetencia colosal, Breivik recorrió la isla ejecutando, una por una, a 69 personas, la mayoría menores de 20 años. En el juicio alegará que lo hizo «en defensa propia preventiva».
Que puede convertir el proceso en un circo se deduce del segundo y último informe psiquiátrico sobre su estado mental, que a diferencia del primero concluye que el acusado es responsable de sus actos. El informe no ha hecho público ningún diagnóstico, pero filtraciones a la prensa noruega señalan que Breivik sufriría un trastorno de personalidad de tipo narcisista, con rasgos antisociales, disociales y psicopáticos, y probablemente también autistas y paranoides. Es decir, lo que el reputado psiquiatra estadounidense Otto Kernberg llama «narcisismo maligno». Todo lo cual no impide que se le pueda considerar responsable de sus actos.
En sus sesiones con los autores, Terje Torrisen y Agnar Aspaas, Breivik anunció que prepara un «show» y confesó que «había hecho teatro» en sus comparecencias anteriores ante los jueces. Por ejemplo, cuando el 7 de febrero pidió que las Fuerzas Armadas le concediesen la más alta condecoración militar noruega, la Cruz de Guerra con tres espadas. Pura provocación, al parecer.
También recurrió al teatro en sus conversaciones con los responsables del primer informe, Torgeir Husby y Synne Sorheim, a quienes aseguró que sería nombrado nuevo rey de Noruega, por lo que decidiría quién vive y quién muere, y que su organización de caballeros templarios se haría con el poder en Europa. Tampoco lo decía en serio.
La polémica alrededor de los informes discrepantes está protagonizando las vísperas del juicio. «Existe un enorme interés sobre si Breivik es responsable o no de sus actos», asegura a Rune Lium, portavoz de prensa de los jueces noruegos, «y una gran preocupación ante la posibilidad de que, si se le considera no responsable y recibe tratamiento médico, pueda salir de la cárcel tras sólo un par de años. Sobre el papel es posible, pero en este caso resulta altamente improbable que sea puesto en libertad sin haber estado encerrado durante un periodo de tiempo muy largo».
«Reina cierta confusión en torno a este asunto», admite Lium. «Que Breivik sea imputable por sus actos no lo deciden los informes psiquiátricos. La última palabra la tienen los jueces, que tomarán su decisión cuando concluya la presentación de pruebas. Aparte de que sólo pueden tener en cuenta lo que se diga durante el juicio. Y los psiquiatras no harán sus valoraciones hasta el final del proceso. Es decir, que no podemos saber si para entonces seguirán discrepando entre sí».
Cabe también la posibilidad de que las dos parejas de psiquiatras cambien de opinión. Ambos informes sólo tienen carácter provisional. «El acusado será observado durante todo el juicio», explica el juez Lium. «Los testigos hablarán de cómo lo vieron, tanto antes de los ataques como en el día de los hechos, por lo que es posible que los psiquiatras modifiquen sus conclusiones. De todos modos, los jueces son libres de hacerles caso o no. Para dictar sentencia son totalmente independientes. Además, sea o no declarado imputable, el desenlace puede ser el mismo: reclusión indefinida. La diferencia sería que en un supuesto se le enviaría a prisión, y en el otro, por el contrario, a un psiquiátrico».
En Noruega, la pena máxima de cárcel es de 21 años, excepto para delitos contra la Humanidad, donde es de 30, pero la reclusión indefinida puede equivaler en la práctica a una cadena perpetua. «El peligro de reincidencia puede ser suficiente para justificar que una condena de este tipo se prorrogue cuantas veces sea necesario», apunta Lium.
Breivik, que prestará declaración a partir del martes, está acusado de terrorismo y 77 asesinatos. Aquel día de julio hizo estallar una potente bomba casera en el distrito gubernamental de Oslo, matando a ocho personas, y luego se dirigió vestido de policía a la isla de Utoya, donde las juventudes del Partido Laborista celebraban su tradicional encuentro anual. Allí, durante 79 minutos, y mientras la policía de verdad hacía gala de una incompetencia colosal, Breivik recorrió la isla ejecutando, una por una, a 69 personas, la mayoría menores de 20 años. En el juicio alegará que lo hizo «en defensa propia preventiva».
Que puede convertir el proceso en un circo se deduce del segundo y último informe psiquiátrico sobre su estado mental, que a diferencia del primero concluye que el acusado es responsable de sus actos. El informe no ha hecho público ningún diagnóstico, pero filtraciones a la prensa noruega señalan que Breivik sufriría un trastorno de personalidad de tipo narcisista, con rasgos antisociales, disociales y psicopáticos, y probablemente también autistas y paranoides. Es decir, lo que el reputado psiquiatra estadounidense Otto Kernberg llama «narcisismo maligno». Todo lo cual no impide que se le pueda considerar responsable de sus actos.
En sus sesiones con los autores, Terje Torrisen y Agnar Aspaas, Breivik anunció que prepara un «show» y confesó que «había hecho teatro» en sus comparecencias anteriores ante los jueces. Por ejemplo, cuando el 7 de febrero pidió que las Fuerzas Armadas le concediesen la más alta condecoración militar noruega, la Cruz de Guerra con tres espadas. Pura provocación, al parecer.
También recurrió al teatro en sus conversaciones con los responsables del primer informe, Torgeir Husby y Synne Sorheim, a quienes aseguró que sería nombrado nuevo rey de Noruega, por lo que decidiría quién vive y quién muere, y que su organización de caballeros templarios se haría con el poder en Europa. Tampoco lo decía en serio.
La polémica alrededor de los informes discrepantes está protagonizando las vísperas del juicio. «Existe un enorme interés sobre si Breivik es responsable o no de sus actos», asegura a Rune Lium, portavoz de prensa de los jueces noruegos, «y una gran preocupación ante la posibilidad de que, si se le considera no responsable y recibe tratamiento médico, pueda salir de la cárcel tras sólo un par de años. Sobre el papel es posible, pero en este caso resulta altamente improbable que sea puesto en libertad sin haber estado encerrado durante un periodo de tiempo muy largo».
«Reina cierta confusión en torno a este asunto», admite Lium. «Que Breivik sea imputable por sus actos no lo deciden los informes psiquiátricos. La última palabra la tienen los jueces, que tomarán su decisión cuando concluya la presentación de pruebas. Aparte de que sólo pueden tener en cuenta lo que se diga durante el juicio. Y los psiquiatras no harán sus valoraciones hasta el final del proceso. Es decir, que no podemos saber si para entonces seguirán discrepando entre sí».
Cabe también la posibilidad de que las dos parejas de psiquiatras cambien de opinión. Ambos informes sólo tienen carácter provisional. «El acusado será observado durante todo el juicio», explica el juez Lium. «Los testigos hablarán de cómo lo vieron, tanto antes de los ataques como en el día de los hechos, por lo que es posible que los psiquiatras modifiquen sus conclusiones. De todos modos, los jueces son libres de hacerles caso o no. Para dictar sentencia son totalmente independientes. Además, sea o no declarado imputable, el desenlace puede ser el mismo: reclusión indefinida. La diferencia sería que en un supuesto se le enviaría a prisión, y en el otro, por el contrario, a un psiquiátrico».
En Noruega, la pena máxima de cárcel es de 21 años, excepto para delitos contra la Humanidad, donde es de 30, pero la reclusión indefinida puede equivaler en la práctica a una cadena perpetua. «El peligro de reincidencia puede ser suficiente para justificar que una condena de este tipo se prorrogue cuantas veces sea necesario», apunta Lium.
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