Alicia en el país de Agatha.

Para estas Navidades y fechas posteriores, la sala Réplika de Socorro Anadón y Jaroslaw Bielski ha recuperado el montaje de Alicia que estrenó hace algún tiempo en el Teatro Principal de Zamora y llevaron triunfalmente por toda España. De paso, en sesión doble, los adultos podrán ver Emigrados, uno de los atractivos de la cartelera madrileña.

El montaje de Alicia se ha simplificado; sigue la maldad terrible de la reina en contraste con la estulticia del rey, las prisas urgentísimas del Conejo Blanco, la seductora sonrisa del Gato de Cheshire, la inocencia perpleja de Alicia, los ágiles versos de Daniel Pérez. Y sigue el mundo de colores, flores y corazones de Ágatha Ruiz de la Prada.

Ese código de signos es una filosofía de la inocencia más que un diseño escenográfico; es una peligrosa proclama de libertad frente a la teoría del realismo, aunque sea un realismo mágico. La magia de este montaje parte de la magia de las situaciones apuntalado por un vestuario de fábula en el sentido estricto, un vestuario en la línea exuberante habitual de la diseñadora, pero más estilizado y funcional.

El libro de Lewis Carrol, aparte los recovecos psicológicos de su autor, el clérigo presbiteriano escondido en el seudónimo de Dogson fascinado por una niña, ha ofrecido siempre muchas interpretaciones iconográficas. En España me parece recordar alguna incursión de Celedonio Perellón, un buen pintor oscurecido por su talento, de dibujante e ilustrador de las grandes obras de la literatura universal. A Perellón le interesaba más Alicia al otro lado del espejo y más los elementos sensuales que la lírica de la inocencia.

El mundo de Alicia se dirige con frecuencia a los niños, pero es un mundo de adultos. Sería digno de ver el libro ilustrado por Ágatha Ruiz de la Prada; o una dramaturgia que fuera más al fondo de su verdadera naturaleza. Siempre resplandecería la inocencia y la libertad.

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