Clases de risa
Se abre el telón y aparecen un hombre, un micro y una banqueta. El clásico entre los clásicos comienzos de chiste es también, curiosamente, el escenario ideal para el último y definitivo espectáculo cómico.
Alejado de maquillaje, disfraces y objetos de broma, el stand-up comedy es, sin más, eso: un cómico, su historia y el público. Sin embargo, bajo su aparente minimalismo se esconde un trabajo de meses y un negocio que ya se considera, entre bambalinas, el más rentable de entre las artes escénicas en España.
Unos datos para hacerse a la idea: un cómico medio cobra 300 euros por actuación y se sube al escenario 3 veces a la semana. Un monólogo de media hora tiene una media de 75 gags. Y sí, estos gags se venden.
Si quiere comprar uno, el precio de mercado son 100 euros. Por esta razón, los cómicos luchan por registrar los derechos de autor de cada uno de ellos, en lugar del monólogo completo. Hagan cuentas, señores. Esta es una profesión con mucho futuro.
Y no, no vale con tener la gracia en el cuerpo; el género tiene mucho más de literatura que de espontaneidad. «El monologuista es un tipo capaz de sentarse solo a escribir sus ideas», explica Quique Macías, cofundador y director de la única Escuela Oficial de Comedia (EOC) española, que forma a desengañados de otras profesiones que han visto la luz en la comedia en vivo.
«Una vez a la semana, damos una clase teórica de guión. Para generar una risa cada 15 segundos y un aplauso cada dos minutos, todo tiene que estar medido y cada línea minuciosamente probada», asegura este vallisoletano que divide horas e ingenio entre la comedia y la poesía.
El texto se escribe línea a línea y se prueba con público real. Ahí es donde interviene Cake Minuesa, jurista de formación pero cómico de profesión, que ha ejercido tanto en televisión como en radio. En la EOC es profesor «de las prácticas en bares».
La escuela hace suya la teoría del gran guionista Robert McKee: «Para conectar con el público, hay que crear un personaje en el escenario un personaje tan potente que pueda decir lo que quiera. Lo que compran los espectadores es el avatar», asegura Minuesa. ¿Y decir «lo que quiera» significa decir la verdad? «El 80% de mis textos son reales», dice, «el humor viene del dolor en la distancia. Cuentas tu vida, la adornas y la exageras. Es como una caricatura de tí mismo».
Y en ese avatar es fundamental la imagen. «El look está muy pensado. Yo, por ejemplo, represento al típico fracasado de los 90, anclado en el pasado pero súper feliz. Así que me subo al escenario con un traje blanco», explica. «Quique (Macías) va de canalla, así que se le permiten ciertas burradas», añade, y concluye: «En España somos muy de camiseta con dibujito».
Sara Escudero es la última ganadora del certamen de monólogos del celebérrimo Club de la Comedia. Es una novata en el gremio, porque sólo hace cuatro años que vive del humor, aunque afirma que «hay una base, pero o la trabajas, o muere». Confiesa que sólo hace un año y medio que sabe escribir «con método», pero los frutos de su aprendizaje en la EOC no han tardado en llegar.
El monologuista parece tener carta blanca para contar lo que quiera, pero no es así. «La anecdota diaria no suele valer», confirma Escudero. «Eso sí, es fundamental el desarrollo de tu verdad en el escenario, porque no somos actores», recalca.
La actualidad es «muy agradecida», afirma Escudero, y pone como ejemplo «el tema Urdangarín». Eso sí, España no deja de tener sus tabúes. «Dependen de las zonas», puntualiza Minuesa, «en el País Vasco, ETA es un dolor muy cercano, aunque hay monologuistas que dicen cosas muy bestias. Otros temas se pueden aprovechar, como el clásico pique entre provincias».
Más experimentado en medios muy diversos, establece las fronteras: «En las actuaciones en televisión lo que más funciona es el humor blanco, es decir, todo chiste que puedas contar sin que se avergüencen ni tu madre ni tu abuela», explica, y añade: «Si haces lo mismo en la tele que en un bar, lo más probable es que te den la patada».
«En la radio, se juega con el sonido, es otra magia», continúa Minuesa. «El monólogo es más difícil, pero puedes aportar sonidos, música... y todo eso es una asignatura pendiente en este medio», asevera.
Alejado de maquillaje, disfraces y objetos de broma, el stand-up comedy es, sin más, eso: un cómico, su historia y el público. Sin embargo, bajo su aparente minimalismo se esconde un trabajo de meses y un negocio que ya se considera, entre bambalinas, el más rentable de entre las artes escénicas en España.
Unos datos para hacerse a la idea: un cómico medio cobra 300 euros por actuación y se sube al escenario 3 veces a la semana. Un monólogo de media hora tiene una media de 75 gags. Y sí, estos gags se venden.
Si quiere comprar uno, el precio de mercado son 100 euros. Por esta razón, los cómicos luchan por registrar los derechos de autor de cada uno de ellos, en lugar del monólogo completo. Hagan cuentas, señores. Esta es una profesión con mucho futuro.
Y no, no vale con tener la gracia en el cuerpo; el género tiene mucho más de literatura que de espontaneidad. «El monologuista es un tipo capaz de sentarse solo a escribir sus ideas», explica Quique Macías, cofundador y director de la única Escuela Oficial de Comedia (EOC) española, que forma a desengañados de otras profesiones que han visto la luz en la comedia en vivo.
«Una vez a la semana, damos una clase teórica de guión. Para generar una risa cada 15 segundos y un aplauso cada dos minutos, todo tiene que estar medido y cada línea minuciosamente probada», asegura este vallisoletano que divide horas e ingenio entre la comedia y la poesía.
El texto se escribe línea a línea y se prueba con público real. Ahí es donde interviene Cake Minuesa, jurista de formación pero cómico de profesión, que ha ejercido tanto en televisión como en radio. En la EOC es profesor «de las prácticas en bares».
La escuela hace suya la teoría del gran guionista Robert McKee: «Para conectar con el público, hay que crear un personaje en el escenario un personaje tan potente que pueda decir lo que quiera. Lo que compran los espectadores es el avatar», asegura Minuesa. ¿Y decir «lo que quiera» significa decir la verdad? «El 80% de mis textos son reales», dice, «el humor viene del dolor en la distancia. Cuentas tu vida, la adornas y la exageras. Es como una caricatura de tí mismo».
Y en ese avatar es fundamental la imagen. «El look está muy pensado. Yo, por ejemplo, represento al típico fracasado de los 90, anclado en el pasado pero súper feliz. Así que me subo al escenario con un traje blanco», explica. «Quique (Macías) va de canalla, así que se le permiten ciertas burradas», añade, y concluye: «En España somos muy de camiseta con dibujito».
Sara Escudero es la última ganadora del certamen de monólogos del celebérrimo Club de la Comedia. Es una novata en el gremio, porque sólo hace cuatro años que vive del humor, aunque afirma que «hay una base, pero o la trabajas, o muere». Confiesa que sólo hace un año y medio que sabe escribir «con método», pero los frutos de su aprendizaje en la EOC no han tardado en llegar.
El monologuista parece tener carta blanca para contar lo que quiera, pero no es así. «La anecdota diaria no suele valer», confirma Escudero. «Eso sí, es fundamental el desarrollo de tu verdad en el escenario, porque no somos actores», recalca.
La actualidad es «muy agradecida», afirma Escudero, y pone como ejemplo «el tema Urdangarín». Eso sí, España no deja de tener sus tabúes. «Dependen de las zonas», puntualiza Minuesa, «en el País Vasco, ETA es un dolor muy cercano, aunque hay monologuistas que dicen cosas muy bestias. Otros temas se pueden aprovechar, como el clásico pique entre provincias».
Más experimentado en medios muy diversos, establece las fronteras: «En las actuaciones en televisión lo que más funciona es el humor blanco, es decir, todo chiste que puedas contar sin que se avergüencen ni tu madre ni tu abuela», explica, y añade: «Si haces lo mismo en la tele que en un bar, lo más probable es que te den la patada».
«En la radio, se juega con el sonido, es otra magia», continúa Minuesa. «El monólogo es más difícil, pero puedes aportar sonidos, música... y todo eso es una asignatura pendiente en este medio», asevera.
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