Martha Hyer
Como muchas de sus colegas, aún en los tiempos actuales que
corren, pudo haber despegado de forma meteórica tras recibir su primera
nominación al Oscar, pero al final Martha Hyer se quedó en actriz secundaria.
Eso sí, de las ilustres, con un historial importante en Hollywood y el
suficiente bagaje como para presumir de haber trabajado con los grandes
talentos de la época y de haberse casado con dos directores que bebían los
vientos por su indiscutible belleza.
Hyer, fallecida en Santa Fe, Nuevo México, a los 89 años,
recurrió a ella para impresionar al mismísimo Billy Wilder, que la eligió para
hacer el papel de futura esposa de David (William Holden) en Sabrina, el
conquistador empedernido que se terminó por enamorar de la hija del chófer de
la familia, interpretada por Audrey Hepburn.
De aquel rodaje Hyer recuerda que Humphrey Bogart, con quien
tuvo que bailar, la ayudó en algunas de las escenas, una experiencia que
agradeció y que cree que le sirvió para desfilar por la alfombra roja de los
Oscar cuatro años después, nominada como mejor actriz de reparto en Some Came
Running.
En esa cinta se metió en el papel de profesora de escuela
junto a Frank Sinatra, Dean Martin y Shirley McClaine, un papel que al final no
fue suficiente para llevarse la estatuilla —fue a parar a Wendy Hiller por
Separate Tables—, ni para la darle la notoriedad deseada durante los años
siguientes.
Cierto es que su carrera podría haber dado un vuelco considerable
si Alfred Hitchcock la hubiera elegido para protagonizar su célebre cinta de
terror en 1960, pero al final se inclinó por Janet Leigh en Psicosis.
En lugar de semejante rol protagonista, los estudios de
Hollywood le ofrecieron papeles de escasa relevancia, títulos como Bikini
Beach, House of Dolls y Picture Mommy Dead que después, en sus memorias, dijo
que prefería olvidar.
Aunque es cierto que nunca levantó el vuelo como actriz de
gran categoría, sí logró lo que ansiaba, vivir una vida de cine en el sentido
financiero de la expresión. Su matrimonio con C.
Ray Stahl en 1951 le permitió
mantener un estilo extravagante, comparada incluso con Grace Kelly en la época,
acostumbrada a los abrigos de piel y a dormir con un Camille Pisarro en su
dormitorio. Célebre es su colección de pinturas impresionanistas.
Es algo que acentuó tras divorciarse del realizador tres
años después, quemando sus cartuchos a gran velocidad, sin importarle hasta
cuándo le durarían las reservas. "Si esto es transitorio, no hay
problema", dijo sobre aquel momento en sus memorias. "Tuve un sueño y
se ha hecho realidad. Soy feliz".
Después vendría su segundo matrimonio con otro director, Hal
B. Wallis, de quien se quejaba por limitar sus ansias de gastar, preludio de lo
que vendría más tarde, las deudas monumentales, recurriendo incluso al FBI para
que la ayudaran a salir del agujero en que se vio metida.
Por suerte, logró trasladar su compleja vida millonaria de
Hollywood hasta Santa Fe, donde pasó sus últimos años de vida pintando y
haciendo deporte con sus amigas, una belleza, por fin, en un marco de sencillez
y anonimato.
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