El mejor heladero del Sena
Su arte huele a aroma de vainilla, a pétalos de menta con
briznas de cacao. Sabe a infancia, a pausa golosa bajo el sol estival, a sueño
de placer compartido en familia, cucharadita a cucharadita.
El talento de
Raymond Berthillon consistía en saber hacer disfrutar a los demás. A los niños
la mano del artesano se les derrite por la comisura de los labios y los adultos
la relamen sobre el cucurucho.
Empezó a trastear con una máquina de helados hace 60 años,
casi por casualidad. Llevaba tres décadas creando delicias, lo había aprendido
de sus padres, pero descubrió que su vocación era el placer frío sobre
barquillo. En su taller bajo cero empezó a amasar nata, leche y azúcar.
Sus
cornetos helados hoy son célebres en toda Francia y su nombre ocupa un lugar
dentro de la gastronomía.
El famoso heladero francés, que falleció el pasado 9 de
agosto a los 90 años en París, nació en el departamento de L’Yonne. De padres
pasteleros, Berthillon aprendió el arte en su casa y siguió la estela familiar,
hasta que encontró que su valor añadido era el dulce congelado.
Creó su propia
tienda en la capital francesa y empezó a vender barquillos a los estudiantes
del barrio.
Mezclaba productos de alta calidad y fue de los primeros en
experimentar con aromas diferentes, haciendo de su carta de barquillos un
regalo exquisito y genuino.
Su nombre tardó poco en encontrar eco más allá del
Sena, empezó a vender fuera de la capital e incluso abrió un salón de
degustación al lado de su heladería, aunque siempre mantuvo intacto su savoir
faire genuino, sin conservantes ni colorantes.
"¿El secreto de fabricación? Que los ingredientes sean
100% naturales y el respeto a los productos de temporada. Si estos no son de
alta calidad en términos de textura o de perfume, dejamos de fabricarlos",
resumía en una entrevista al periódico Le Figaro.
Sus helados siguen haciéndose hoy con materia de primera en
el laboratorio junto a la tienda de l’île de Saint Louis donde después vende
sorbetes y cucuruchos. El reconocimiento público no sólo no le deslumbró sino
que el artesano limitó voluntariamente el crecimiento de la firma por miedo a
que la expansión internacional restara calidad a su producto.
Sus delicias son
parte de la marca Francia y ha sido alabado por la crítica y los más
reconocidos gastrónomos franceses. Algunas guías culinarias lo sitúan entre los
10 mejores heladeros del mundo. Al día su laboratorio produce 1000 litros de
crema helada.
Las colas en su tienda son un clásico, da igual si hace frío o
calor. El francés incluso se podía permitir el lujo de cerrar por vacaciones en
los meses en las semanas de más valor, cuando las calles del concurrido Sena se
llenan de turistas con ganas de disfrutar un helado.
Transmitió su pasión a su mujer, a sus hijos y nietos, hoy
todos parte de la empresa familiar. A pesar de su edad, no dejó de trabajar en
sus fogones gélidos. Se levantaba al alba y supervisaba que todo estuviera en
orden.
Su periplo dulce propone hoy 70 sabores diferentes y aunque el plato más
apreciado de la casa es el sorbete de fresas del bosque, el francés, discreto y
amante de los placeres sencillos, confesaba su fidelidad a la vainilla. Hombre
de negocios, Raymond Berthillon era sobre todo un maestro artesano.
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