El pop catalan
Uno de los innumerables valores intangibles de la música es su capacidad de neutralizar tópicos y de romper todas las barreras posibles, por muy enraizadas que estén éstas en el subconsciente popular. Porque, más allá de intereses políticos y futbolísticos alentados desde ambas orillas, ¿alguien con un mínimo de inquietud cultural (y por tanto musical) de verdad se cree el cacareado eterno mal rollo entre Madrid y Barcelona?
Un buen argumento que echa por tierra cualquier tentación de mantener vivo ese enfrentamiento caduco es la extraordinaria relación que mantiene el grupo barcelonés Manel con el público madrileño. En general esa buena relación la ha alcanzado con todo la audiencia que se acerca a su música sin prejuicios y con ganas de dejarse arrullar por la exquisitez de sus composiciones con letras en catalán. Por algo es el primer grupo que cantando en esa lengua ha conseguido alzarse al primer puesto de la lista de discos más vendidos en España. Ocurrió hace ahora un año, justo cuando salió a la venta su segundo álbum, 10 milles per veure una bona armadura. Anteriormente lo habían logrado cantautores como Serrat (en 1996 y 1974) y Lluis Llach (en 1977 y 1976), pero nunca una banda de pop.
Los Manel han ido abriéndose camino en la escena pop española con paso firme desde que iniciaron su andadura en 2007, dándose a conocer a través de un concurso de maquetas que ganaron y les permitió financiarse su primer álbum, Els millors professors europeus en 2008. Con él ya llamaron la atención de prestigiosas publicaciones especializadas que los auparon a sus primeros puestos de lo mejor de aquel año. Tres años después, en marzo de 2011, vio la luz su segundo álbum, que es con el que han estado tocando en directo hasta ayer mismo, cuando finalizaron su gira en el Teatro Häagen Dazs de Madrid con un llenazo absoluto y aclamados por el público madrileño.
Aparecieron sobre el escenario a las 21.40 horas ocupando cada uno su puesto: Arnau Vallvé a la batería, Martí Maymó al bajo, Roger Padilla a la guitarra y Guillem Gisbert a la voz y la guitarra. Claro, que estamos hablando de multiinstrumentistas capaces de ir cambiando de instrumento en el momento menos pensado, si bien anoche se mantuvieron fieles a su titularidad habitual (sólo Guillem fue rotando ukelele con guitarra eléctrica y acústica, mientras Martí le dio en algún tema al clarinete). Hay que tener en cuenta que se hicieron acompañar por un cuarteto de cuerda y otro de viento en distintos momentos del concierto.
Curioso resultaba el entorno, ya que el Teatro Häagen Dazs se encuentra transformado debido a la representación de The Hole y se ha sustituido el patio de butacas por mesas y sillas, mientras que el escenario se prolonga en una enorme pasarela o provocador, como recordó el grupo que se llama, entre bromas. «También hay unos pulsadores en las mesas a los que podéis apretar cuando algo no os guste».
Iniciaron su repertorio con Flor groga, una historia de arrepentimiento contenida en su última entrega discográfica con una letra rotunda que traducida dice algo así como «que se prohíba a la gente ir por el mundo buscando algo que no sepa nombrar», para proseguir con El guapos són els raros, de su primer disco. Así trascurrió toda la velada, alternando su cancionero más reciente con el más añejo. Especialmente bien recibidos fueron El gran salt, Boomerang o Al mar en la primera tanda.
Entre recuerdos de anteriores estancias en Madrid y visitas al piano-bar Tony 2 agotaron la primera vuelta del concierto dejando el listón elevado. Para el primer bis se reservaron Avis per a navegants o Benvolgut y se despidieron con el segundo Deixa-la Toni deixala.
Fue por tanto la de anoche una doble lección sobre el escenario: de exquisitez musical por parte de un grupo que todavía tiene mucho que decir en el pop nacional y de constatación de que la música no entiende de discriminación de lenguas y sí (mucho) de carga sentimental. Y de eso, Manel van sobrados.
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