Descontaminando el mundo

La vida de Sadako Monma cambió el 11 de marzo de 2011, cuando el gran terremoto de la costa Este de Japón causó un tsunami que mató a 20.000 personas y arrasó la central atómica de Fukushima. Esta japonesa de 48 años es la directora de una guardería en Watari, un barrio de Fukushima que es, desde hace un año, una ciudad que agoniza. 

Aunque el centro escolar que dirige está a 60 kilómetros de la planta atómica, fue muy afectado por la radiactividad y tuvo que ser descontaminado. Durante días, ella y los alumnos tuvieron prohibido salir al exterior. Después, los técnicos retiraron el suelo del jardín, el tejado del edificio y los columpios. Pero eso no ha bastado para que el miedo desaparezca. El 80% de los alumnos ya no van a la escuela de Sadako Monma porque los padres los han enviado a vivir fuera de Fukushima. La profesora sigue allí por una dignidad nacida del apego al terruño y al pasado: «Mucha gente se está marchando. Si continúan yéndose será difícil que la ciudad se recupere. Por eso sigo en Fukushima» afirma. 

La población que hace frente a las consecuencias de la crisis nuclear está sometida a una presión muy grande, dice Monma: «Todo el mundo pregunta cuál es tu nivel de radiación. Se ha convertido en el tema central de las conversaciones. La tensión psicológica se une al daño material. A diario pensamos en que tenemos que descontaminar todo: los tejados, los jardines, las tierras. Las comunidades y las familias están separadas; todos sabemos que nada va a volver a ser como antes». 

Sadako Monma expuso estos testimonios ayer en Madrid, donde acudió para acompañar la presentación de un informe de Greenpeace sobre el desastre nuclear. Cuando está a punto de cumplirse un año del accidente, la ONG ha lanzado un texto titulado Las lecciones de Fukushima en el que defiende que la causa del accidente nuclear no fueron el terremoto ni el tsunami, sino «los errores del Gobierno japonés, de los reguladores y de la industria nuclear». 

La conclusión de Greenpeace sobre el desastre atómico es que «podría repetirse en cualquier central nuclear del mundo, lo que pone en situación de riesgo a millones de personas, teniendo en cuenta que un accidente nuclear ha tenido lugar aproximadamente cada siete años, de promedio», dice la ONG. 

Greenpeace concluye que las tres razones principales del accidente nuclear son que el reactor era un modelo que usaba una tecnología vulnerable y cuestionada; una reglamentación débil que permitió a la compañía propietaria todo tipo de irregularidades y, por último, «errores sistemáticos en la evaluación de riesgos» que provocaron que la planta no estuviera preparada para una emergencia. 
El director de Greenpeace en España, Mario Rodríguez, recordaba ayer algunas de las cifras ligadas al accidente. En Japón se ha tenido que desplazar a 150.000 personas; se han retirado 28 millones de metros cúbicos de suelo contaminado por sustancias radiactivas y se ha emitido una enorme cantidad de agua contaminada al mar. Respecto al coste económico, Japón asumirá un coste de entre 520.000 a 650.000 millones de dólares, «una cifra que se aproxima al coste de la crisis bancaria de las hipotecas de alto riesgo en EEUU», dijo Rodríguez. 

Por su parte, Raquel Montón, responsable de la campaña nuclear de Greenpeace, recordó que desde el desastre sólo se mantienen dos reactores operativos de los 54 que hay en Japón. «La seguridad del suministro en Japón no se ha resentido por ello», dijo Monzón, «lo que demuestra que se puede vivir sin nuclear». 

Al hilo de este hecho, Mario Rodríguez lamentó la «falta de valentía política para iniciar un cambio hacia la energía renovable», en España. Según él, el Gobierno «sigue los dictados sobre economía de la primera ministra alemana, Angela Merkel, que es física nuclear, pero sin embargo, no sigue su ejemplo en lo que respecta al cierre progresivo de las centrales nucleares». En ese sentido, el máximo responsable de Greenpeace abogó por el cierre inmediato de Garoña. «Es un modelo gemelo al de Fukushima y presenta deficiencias en las pruebas de resistencia» aclaró. 

Junto a él, la japonesa Sadako Monma añadía detalles sobre el día a día en Fukushima. Tras el accidente, la comarca cercana a la central se dividió en zonas según el nivel de afección. Algunas han sido cerradas por completo a la población. En otras, como donde ella vive, se permite permanecer, pero con precauciones. «Toda la comida se trae de fuera y las tierras no serán aptas para el cultivo en al menos 20 años. Hasta los bosques tienen que ser talados porque están muy contaminados por la lluvia radiactiva», dice la profesora de Fukushima.

Sadako Monma, de 48 años, que dirige una guardería en Fukushima, muestra el informe de Greenpeace sobre el accidente nuclear. El centro escolar que dirige, que fue muy afectado por la lluvia radiactiva, es el que aparece en la fotografía que muestra la cámara.

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