Seis orejas y un rabo

La terna venía de torear el día anterior en Illescas, donde Díaz y Rivera le soltaron a Fandila, de buen rollo, sus guasitas sobre su condición de hombre G (10) y miembro del paquete premium de All Sport. Algo de eso hubo en el brindis de Fandi a sus compañeros en el último toro de ayer de la corrida de Jandilla/Vegahermosa ya con todo el pescado vendido. A estas alturas se habían cortado cinco orelles y el todoterreno granadino se disponía a conquistar la sexta, tarea facilona con un público entregado y perfumado con eau de Masclet nº6.

Al arriba firmante, esto de rasgarse las vestiduras por el prestigio de Valencia, la presentación del sexteto de Borja Domecq, por el toreo, que evidentemente es otra cosa, le coge de vuelta. Hoy habrá que leer a muchos de los que el 23 de julio, en el mismo escenario, se abrazaban jubilosos porque a José Tomás le habían negado la puerta grande en su reaparición. Esto queréis, esto tenéis. El poble quiere fiesta. Venga fiesta.

«¡Este Fandi cómo mola, se merece una ola!», coreaban los tendidos. Fandila, que es mejor profesional durmiendo que Díaz y Rivera, pese a la paliza que entre los tres le propinaron ayer a Chicuelo, no paró con el lavado y estrecho tercero, que se movió con más informalidad que calidad. Tú dale a El Fandi algo que se mueva y verás la que lía. Larga cambiada de rodillas, lances y chicuelinas de saludo, un galleo al paso, un quite por talaveranas, tres pares de banderillas de potencia y control (suelas Pirelli), principio de faena de hinojos también, derecha, mucha izquierda como en las calles por la mañana, circulares invertidos y una estocada perfecta.

El volapié fue sensacional, en la misma yema, hasta los gavilanes. De ahí a las dos orejas... Pero, claro, empezó el festín con El Cordobés y un torete encastadito, con el baremo de un trofeo sin quedarse quieto una vez ni gobernar una embestida que, sin gobierno, tendía a racanear el último tranco y quedarse encima con su nervio. ¡Ay! Pasó sus apurillos Manuel Díaz, disimulados con el salto de la rana. A la hora de salir de la suerte suprema, el jandilla de Vegahermosa hizo hilo y el torero se estampilló contra las tablas en momentos de verdadera angustia. El premio le desquitó y al menos le provocó la sonrisa hasta que el cuarto y su genio se la borraron del mapamundi del rostro.

Francisco Rivera Ordóñez, por el contrario, sorteó el mejor lote de la corrida. Un voluminoso y templado Gestor (610 kilos) que rompía con devastadora diferencia el conjunto por arriba y el lindo y estupendo quinto, una monada de recién cumplida edad. A ambos banderilleó. A uno toreó entre las rayas bajo el sol que lo iluminaba con piropos de «¡guapo, guapo, guapo!» y al otro lo trató de templar, con éxito cuando no lo tiró, que es muy distinto a que se cayese. Desplantes y descaro. La efectividad estoqueadora lo elevó a hombros con El Fandi. ¿No se llama fiesta el espectáculo? El toreo es otra cosa.

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